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Ratko Mladic |
La Historia es, por
ejemplo, el general serbio Ratko
Mladic entrando en Julio de 1995 en Srebrenica y diciendo, antes de ejecutar a 8.000 musulmanes, que por
fin los serbios iban a vengarse de los turcos,
como si con esa salvaje matanza pudiese saldar una cuenta que los eslavos
habían adquirido doscientos años atrás, cuando todavía estaban bajo el dominio
Otomano.
Pero
La Historia también es que Edgar empezó la semana pasada un curso de alemán, y
sus compañeros de pupitre son el serbio
Dálibor, sentado a su izquierda, y el turco Ohran, sentado a su derecha. Y Edgar ahí, con sus hojas cuadriculadas y su típex y sus
rotuladores de colores: en medio de La Historia.
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Serbios contra otomanos en la Batalla de Kosovo (año 1389) |
La Historia puede concretarse en el hecho de que
Dálibor es un hombre de unos 50, de mirada vidriosa, benévola y arrugada y de
manos ajadas y robustas que uno se imagina sosteniendo una hoz o la ubre de una cabra. La Historia es que el campesino serbio Dálibor tiene la costumbre de interrumpir las explicaciones de la
profesora con algún comentario irónico sobre Viena y sus habitantes, a menudo
notas “humorísticas” que solo Orhan comprende y agradece con espontáneas
carcajadas, sobre todo cuando se trata de mofas implícitas sobre la ineptitud
futbolística de los austriacos.
La Historia es que en los descansos de media mañana,
Dálibor sale al pasillo de la academia de lenguas y se junta con Orhan (unos 20 años más joven, de pelo negro y untado de gomina, y sonriente y luminoso como una estrella de cine ante los fotógrafos) y frente a la máquina de café emiten palabras extrañas, catárquicas y
siempre celebradas como ¡Ozil! o ¡Djókovic! Y alguna vez incluso han mirado hacia Edgar
exclamando: ¡Iniesta! Pero el
Emigrante Sofisticado no comprende ese lenguaje.
La
Historia es que ahí, en Viena, en medio de Europa, Orhan
el turco y Dálibor el serbio (un musulmán y un ortodoxo) son cómplices en los chistes deportivos, amigos frente a la máquina de café y camaradas que ya han empezado a especular sobre una imaginada vida "conyugal" de la escuálida y gramaticalmente severa profesora Elfriede.
En estos días grises y lentos de un año apocalíptico que no acaba de arrancar, Edgar sólo piensa que La Historia es justamente lo que no ocurre en una academia de lenguas de un barrio periférico de Viena, que La Historia es sólo una enorme falacia que nos cuentan para convencernos de quiénes somos nosotros y quiénes son nuestros enemigos, y que solo representa a quienes son incapaces de encontrar placer en lo concreto e imperfecto, como un café en un vaso de plástico, un amigo engominado o un chiste mal contado.
La Historia es, probablemente, un chiste demasiado bien contado.
Me vuelvo a pasar por este blog tras haberlo dejado apartado en época de exámenes y me resulta cuanto menos curioso encontrarme con esto precisamente con la que se está liando entre España y Francia hasta el punto ridículo de las camisetas del Sevilla.
ResponderEliminarY en este caso el deporte actúa como excusa para revivir rencillas históricas, en lugar de para crear complicidad.