jueves, 28 de junio de 2012

Capítulo 36. Zoofilia y nacionalsocialismo







Edgar abre el buzón. Ha recibido una carta. Una carta con su nombre. No puede ser. Qué emoción. A ver:

Herr. Edgar Pineda
Schopenhauerstrasse 5/ 9
1180 Wien

Parece que sí. Es para él. La abre:

¡ ras!

Qué decepción: es una carta del FPÖ, el partido de extrema derecha que celebra valses con sus amigos nazis el día de la conmemoración de las víctimas del Holocausto. L


Pancarta electoral del FPÖ:
"Viena no debe convertirse en Istambul. HC Strache, él dice lo que Viena piensa."
*Para dar una idea orientativa, es como Plataforma x Catalunya pero con una intención de voto, en febrero de 2012, del 24%, y subiendo.


Pero en fin. Es una carta y las cartas hay que leerlas. Ya que se han tomado la molestia. Y además nunca se habían dirigido a él como “Herr”. Sí, “Herr Pineda” suena bien. Suena a rictus severo. Suena a médico militar auscultando rectos de soldados enfermos.
En la carta se dirigen personalmente a él y, sorpresa, no es para ponerle una multa, ni para avisarle de que se juega una pena de cárcel, ni para advertirle de que tiene que hacer todavía más papeleos para legalizar su situación. Es sólo para informarle de lo malos que son los políticos de la coalición Socialdemócrata-Verde (Rot-Grün), el actual gobierno de Viena, que quieren hacer que el parking de pago se extienda a algunos barrios no céntricos de la ciudad.
En fin, muy aburrida, la carta.
Lo interesante está en el folleto “informativo” que le adjuntan. Allí, además de un artículo donde se critica la usura de las tasas [de parking], se explica que el actual gobierno está convirtiendo Viena en plataforma del Islamismo Radical  y en una segunda Meca.
Y aquí el primer párrafo de la página 6, donde se critica la falta de seguridad:

Bandas de turcos golpean a niños nacionales y jóvenes vulgares roban sus teléfonos móviles. Africanos negros trafican droga sin inhibiciones en el metro, y envenenan a nuestros descendientes [sic].

Subidón.
         Pero lo mejor está en la página 8. Allí hay una viñeta donde Ute Bock, conocida por sus obras sociales para la atención a inmigrantes, tiende una alfombra roja al paso de un negro negrísimo que entra en el país con un porro en la boca y una bandolera con la estrella roja comunista. Ute Bock dice: Vosotros pobres, pobres solicitantes de asilo! Ahora hay para vosotros un alojamiento!!! Abajo se explica que Ute Bock ha reabierto un centro de acogida de solicitantes de asilo donde en realidad se hospedan negros africanos con sofisticados móviles y trajes de Armani que vienen a convertir Viena en una Meca de la droga.

Y eso es sólo la mitad de la página.

La otra mitad (de la misma página ocho) es una columna titulada: Nosotros tenemos un corazoncito para los perros, que empieza así: No todo el mundo ha interiorizado el amor a los animales de la misma manera. Sin embargo el cumplimiento de la protección animal es indispensable. La protección de los animales es un componente esencial de nuestra cultura y nuestra sociedad.
Y termina con una contundente advertencia contra el tráfico ilegal de cachorros del Este (de dónde iban a ser, si no).

No es que Edgar sea antropólogo, sociólogo, psicólogo o algo por el estilo, pero es que empieza a encontrar, sin querer y en Austria, una correlación directa entre el desprecio a los inmigrantes y el amor hacia los animales. Es una correlación inversamente proporcional. Es decir: cuanto mayor es el desprecio a los inmigrantes, más amor hacia los animales se manifiesta. Esto se hace patente en el día a día, donde la prensa de derechas pone en juego la siguiente ambivalencia pasional: “nos dan asco estos seres vivos, pero mirad que sensibilidad mostramos para con estos otros”. Ellos también tienen su corazoncito. Claro. Esto no quiere decir que todo amante de los animales sea necesariamente un Nazi, pero, ¿acaso no indica que todo Nazi es un potencial amador de animales?
          En todo caso, pensando en España y en su relación con el mundo germánico, quizá sería estratégico jugar esa baza “afectiva” para temas de rescates financieros y demás. Como ya se está demostrando, alemanes y austriacos se muestran bastante reticentes a avalar nuestra deuda. No hace falta decir lo que pasaría si la ultraderecha ganase las próximas elecciones en Austria: más de lo mismo, pero a lo grande.
Y sin embargo, en esa situación aún tendríamos una esperanza. La opción de salvarnos sería la siguiente (nota: como mecanismo de rescate puede parecer un poco complicado, pero quizá no menos rebuscado que el trabalenguas político-financiero en el que nos han metido nuestros gobernantes en las últimas semanas):
         La cosa empezaría por aclarar qué somos en realidad los españoles. Hay dos grandes teorías sobre el origen de la palabra España o Hispania (en su designación romana). Una dice que proviene del fenicio y que designa algo así como la “tierra del norte”. La otra dice que también proviene del fenicio, pero que significa “tierra de conejos”.
Nosotros nos quedaríamos con la segunda.
         El siguiente paso sería pedir ayuda a esta plataforma alemano-austriaca que se llama “Ayuda para Conejos”. En la parte austriaca anuncian que ya han rescatado a dos conejos, uno blanco y pomposo llamado “Ramazzotti” y otro con las orejas para abajo cuyo nombre es “Yoda” (ver fotos en la web).

Nosotros somos unos cuantos más y nuestros nombres menos exóticos. Pero podemos intentarlo así, y quizá empecemos a verlo por el lado positivo: reconozcamos que somos unos fenicios o peor, que nunca hemos dejado de ser una tierra de conejos, y que ahora queremos emigrar y trabajar pero no podemos, porque no somos más que animalitos saltarines que sólo servimos para divertir al mundo (estos días a Europa) correteando sobre la yerba. Lo tenemos más fácil que nunca: reconozcamos por fin que sólo somos unos conejos, nada de humanoides asquerosos, y ganémonos de una vez por todas el amor de nuestros vecinos nacionalsocialistas.




jueves, 21 de junio de 2012

Apéndice del capítulo 34. Hacia los calabozos de Viena


        
Edgar, por fin, ha conseguido legalizarse en Austria. Europa existe. Lo ha conseguido pero tiene una multa de 80 euros por haberlo hecho con retraso. En caso de no poder pagarla, tiene la opción de canjear esos 80 euros por trece horas de la cárcel (sic). Generosidad austriaca. Algunos amigos de aquí le han sugerido la posibilidad de aceptar esas horas de cárcel. Por lo visto allí, en los calabozos de Viena, los “legalizados pobres” se juntan con otros malhechores y cumplen sus horas jugando a cartas, hablando de posibles negocios, futuras alianzas. Incluso puede cumplir las horas en varios plazos. Puede tomárselo como un primer trabajo a tiempo parcial. Bien pensado, 80 entre 13 le sale a más de seis euros la hora. No está tan mal para jugar a cartas y estar en compañía de otros camaradas.
Hay que pensarlo. En la cárcel nunca se sabe. Primero son trece horas y luego llegan las sanciones por mala conducta y en fin…
Si en más de dos semanas no hay nuevos post, olvídense de este blog.







jueves, 7 de junio de 2012

Capítulo 35. Mi pequeño Untermensch



Jóvenes nazis durante un partido de fútbol en Ucrania

Edgar supo de su primer “trabajo” en Viena tras recibir este mail (traducido del alemán):

Estimado señor Pineda,
Me gustaría saber cuánto cobra por las clases de español y si sería posible dos horas por semana. Es para mi hijo Timi. Tiene 14 años y estudia español en la escuela. ¡Pero todavía no habla ni una palabra! L
¿Podría ayudarnos?

Un cordial saludo,

Svetlana.

Edgar no lo dudó ni un segundo. Enseguida concertó una cita para la semana siguiente. Timi sería su primer alumno.

Svetlana le abrió la puerta. Una mujer de aproximadamente 1’85. Bellamente proporcionada. Rubia. De ojos azules rasgados y cara felina, sonriente. Una mujer de las que hace que la cabeza de algunos hombres rote 360 grados cuando se la cruzan por la calle. Una mujer a la que miran fascinadas otras mujeres, que va más allá del piropo de los obreros, que consigue que éstos dejen de morder sus bocadillos, que suelten sus latas de cerveza, que se pasen la mano por el rostro sudado, que se levanten con gesto solemne; una mujer que los silencia.
        Svetlana le hizo pasar al salón. Todo blanco y morado. Muy luminoso. Muy aséptico. Vivía allí sola con su hijo.
         Timi esperaba en un rincón. Cuando se acercó tendiéndole la mano, Edgar descubrió sorprendido que ese niño de catorce años le sacaba más de una cabeza. Pelo a lo cepillo. También ojos azules y afilados. Rostro anguloso. Piel dorada, sin mácula. De espaldas tan anchas que incluso impresionaban bajo una camiseta blanca holgada. Llevaba pantalones cortos negros, deportivos, con algún motivo de letras góticas rodeadas por fuego o algo parecido. Tenía moratones en las espinillas. Y los nudillos magullados.
         Edgar y Timi se sentaron en el sofá, y empezaron a hablar. O quizá sería más correcto decir que aquello se convirtió en una conversación fallida, porque devino en un interrogatorio al que Timi solo respondía con monosílabos. A grandes rasgos, en ese primer encuentro, Edgar supo que Timi hacía dos años que vino de Ucrania para vivir con su madre, que no le gustaba la escuela y que detestaba, sobre todo, a la profesora de español. Timi manifestó no tener ningún otro interés que el boxeo tailandés, que entrenaba tres veces por semana, y el rap.
         Empezaron a tener sus dos encuentros semanales. Timi se reveló enseguida como un chico poco lúcido. Edgar podía repetirle durante media hora la palabra “mesa”, señalándole la mesa que tenían delante, y luego detenerse un minuto, para luego preguntarle a Timi como se decía en español el mueble que tenían delante.
         Pero Timi no lo sabía. Ya se había olvidado.
         Así que Edgar decidió cambiar de estrategia. La pedagogía normal no funcionaba con Timi.  Podía intentarlo estimulándolo con los temas que a él le interesaban: el boxeo tailandés y el rap. Así que empezó a “montar” las lecciones a través de escuchar canciones de rap español y de ver entrevistas con boxeadores y tal.
Timi empezó a prestar más atención e incluso aprendió algunas palabras. Aprendió a conjugar el presente de indicativo del verbo “ser” porque se le permitió añadir el complemento “un cabrón”. Eso le motivaba. Y Svetlana, por suerte, no los entendía.
Pero no fue ningún milagro. El ritmo de aprendizaje de Timi siguió siendo exasperante. Y además empezó a revelar algunos rasgos curiosos de su personalidad, como una repulsión por los tullidos (cree que Viena está llena de ellos), sus ganas de machacar a los raperos que llevan pelo largo (con excepción de los gangs latinos que llevan trencitas), y la más curiosa: su odio visceral a los homosexuales, los cuales, opina Timi,  deberían morir.
Cuando Timi dice que los homosexuales deberían morir, acompaña la aseveración con un gesto también curioso: coloca una mano detrás de la otra, con los dedos índice extendidos hacia delante, y hace vibrar sus brazos, barriendo el aire con una ráfaga de metralla imaginaria. Dice que para él no son ni siquiera hombres.
¿Dónde ha aprendido a ver el mundo así? 
Aunque Edgar ha empezado a sentir cierta repulsión por su alumno, ha tratado de entender de donde le viene a Timi esta ideología. De Svetlana, probablemente no.
El caso es que estos días previos a la Campeonato de Europa de Fútbol, se habla de los cada vez más numerosos grupos declaradamente nazis de Ucrania, uno de los países anfitriones. Y hace poco hubo, también en Ucrania, un brutal ataque a una manifestación por los derechos de los homosexuales. La agresión a uno de los activistas fue recogida en esta fotografía:



Quizá Timi se haya contagiado de esa moda entre los jóvenes ucranianos de ver el mundo desde una perspectiva fascista.
La semana pasada, en un intento de reconducir la situación, Edgar se presentó a la lección con una película titulada “Beautiful Boxer”. Es la historia (real) de un luchador de Muay Thai (boxeo tailandés) que se sentía mujer. La paradoja, si es que en realidad la hay, es que ese chico era muy bueno, y ganó los torneos más importantes, mientras crecía su atracción por sus propios compañeros de entrenamiento, por sus propios oponentes, mientras trataba desesperadamente de convertirse en mujer.
Edgar se sentó en el sofá y abrió el ordenador. Le preguntó a Timi cómo le había ido el entrenamiento. Él respondió con un ruido grave y gutural, casi violento. Luego Edgar le dijo había traído una película para él. Le dijo algo así como “te he traído una película sobre un gay que te podría partir la cara”.
Vieron juntos, varias veces, el tráiler en español, tratando de entender palabras, tratando de comprender el tema, tratando de adoptar una perspectiva diferente sobre la homosexualidad. La verdad es que Timi se mostró bastante impertérrito ante esa historia, pero por lo menos no hizo los comentarios homofóbicos de costumbre.  Visionó el trailer varias veces y habló del tipo de patadas y el tipo de puñetazos que daba el chico. Edgar, mientras tanto, pensó que no iba cambiar la mentalidad de un adolescente por darle dos clases a la semana, y que era muy triste que esos chicos ucranianos, como Timi y como los jóvenes de la foto, siguieran precisamente la ideología nazi, la ideología que los había considerado como Untermenschen, como sub-hombres, como infrahumanos, justamente por ser eslavos.
Timi acabó de ver el tráiler. No dijo nada. Se fue a la cocina y regresó con un tetrabrik de leche y una caja de dátiles. El entrenamiento lo había dejado exhausto. Preguntó con la boca llena si podían terminar la lección un poco antes, que estaba muy cansado y tenía hambre. 
Edgar volvió a casa pensando que, para superar esa brutalidad aprendida, Timi no necesita un profesor de español. ¿Pero entonces, qué? Quizá otros hobbies. Quizá una novia. Tal vez un padre. Imposible de saber. Imposible saber por qué Timi y otros  jóvenes eslavos quieren parecerse a quienes les consideran Untermenschen. Imposible saber por qué odian a los homosexuales. Imposible saber por qué adoramos a quienes nos desprecian. Imposible saber por qué despreciamos a quienes podrían adorarnos.