sábado, 28 de enero de 2012

Capítulo 13. ¡Baila, neonazi, baila!



Baile de la ultraderecha europea



Ayer  por la tarde, Emma y Edgar fueron a una manifestación de protesta contra el eufemísticamente llamado Wiener Korporations-Ball (Baile de las Corporaciones Vienesas). Este baile estaba organizado por una asociación de ultraderecha austriaca, y el perfil de invitados iba desde políticos europeos ultranacionalistas como Marine Le Pen (que eran los “progres” de la fiesta) hasta grupos de abierta ideología neonazi, como Olympia o Teutonia. Era sólo un inocente baile de amiguetes filo-nazis que se juntan así, divertidamente y en un edificio de recepciones diplomáticas (el Hofburg), en el día de la conmemoración de las víctimas del Holocausto. 



¿Pero qué tiene de malo cantar un par de himnos patrióticos alemanes en la Heldenplatz (donde Hitler pronunció un popular discurso en 1938) en el día en que se recuerda a los 6 millones de víctimas del genocidio nazi?



De camino a la manifestación, Edgar le preguntó a Emma si no habría enfrentamientos violentos con grupos neonazis. Emma le dijo que no, que en realidad estos ultraderechistas austriacos son de una generación anterior, que ya no están para correrías, y que los más jóvenes llevan un rollo demasiado aristócrata como para hostiarse en la calle, y que prefieren desfogarse entre ellos con sus floretes en combates de esgrima:



Exhibición de floretes en el baile
 
La sorpresa fue que justo a la salida del metro, bajo un pancarta que exclamaba ninguna tolerancia con los neonazis, había un grupito de cuatro mozos con la piel blanca como el cuarzo, rapados sus rubios cueros cabelludos y vestidos con zapatos deportivos y plumones negros, que parecían indignados porque en ese cartel aparecía el nombre de Heinz-Christan Strache, el líder del partido de ultraderecha FPÖ, y uno de los protagonistas y patrocinadores de ese baile:



En el medio, H.C. Strache, en el baile, con el sombrerito reaccionario "deckel"



En la calle, mientras el más bajito de los chavales llamaba agitadamente por el teléfono para informar a “alguien” de esa pancarta, los otros dos miraban a uno y otro lado con evidente intención de encontrar el momento para descolgar el cartel. El cuarto, cuya cabeza era literalmente cuadrada, se empezó a vendar los nudillos de la mano derecha con una tela negra.

Edgar y Emma llegaron a esa manifestación que se celebraba en la Heldenplatz con diversos conciertos y lectura de manifiestos antifascistas. Los cerca de 8000 manifestantes estaban rodeados de un verdadero ejército policial, que tenía el objetivo de proteger a los amiguetes nacionalsocialistas de las posibles imprecaciones. Al otro lado de la barrera policial, desfilaron los filo-nazis con sus uniformes militares de gala o sus fracs, con sus cicatrices de esgrima, con sus  bastones de empuñadura dorada, con sus absurdos sombreros de chistera. Pasearon por Heldenplatz, en dirección al Hofburg, con toda su nostalgia imperial, con sus andares ortopédicos, con sus insignias de letras góticas, esgrimiendo ante los periodistas que les preguntaban "qué significaba ese baile" argumentos simples e histriónicos, como excusas de guardería. Esos payasos antisemitas desfilaron ante la gente con todo su odio inconfesado, con sus mujeres postizas, adictas a las pieles de visón, a los collares de perlas y a trotar sobre las vértebras de sus lustrosos caballos. Y así consiguieron, un año más, celebrar su maldito baile, mientras una multitud de personas, desde fuera y tratando de combatir los varios grados bajo cero que hacía en Händelplatz, saltaban y cantaban: ¡baila, neonazi, baila! ¡Que tus hijos serán como nosotros!

Manifestantes en la Heldenplatz. Abajo se lee: "¡Baila, neonazi, baila!

Tras un par de petardos, un par de cargas policiales y el ataque de un nazi que se abalanzó sobre los manifestantes con un espray de pimienta, Edgar y Emma volvieron a casa a media noche, con los pies casi congelados. A dos o tres manzanas de la Heldenplatz se toparon con un furgón policial y dos gendarmes que bloqueaban la entrada a un callejón sin salida. Al fondo del callejón se encontraba la residencia del grupo neonazi Teutonia. De una de las ventanas, aún con la luz encendida, colgaba una absurda pancarta en la que se leía “contra los fascistas ecologistas
”. Esa era la forma en que los neonazis, aquella noche, trataban de deformar el lenguaje, los significados de la historia, y el modo en que conseguían, mientras se armaban de demagogia y eufemismos para celebrar secretamente el Holocausto, que el estado austriaco los protegiera. 

Oh, ciega justicia.











lunes, 23 de enero de 2012

Capítulo 12. La función del orgasmo


Leti
La función del orgasmo no es el título de una de esas películas eróticas que tus padres iban a ver a cines clandestinos, o al otro lado de la frontera con Francia. Tampoco es un manual de autoayuda para quienes poseen un punto g escondido e insondable. Y ni siquiera es el título de un documento científico con el que convencer a los curas de la Conferencia Episcopal de los beneficios del sexo, quizá para que follen un poquito más (con adultos, please), y para que se dejen de tantas monsergas.

La función del orgasmo no es eso.

La función del orgasmo es un libro muy serio que va de psicoanálisis y marxismo, que Edgar leyó hará cosa de diez años y que escribió, como no, un austriaco, alumno aventajado de Freud, amigo del antropólogo Malinowski, militante comunista y perteneciente a la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Se llamaba Wilhelm Reich: 


Wilhelm Reich
El libro en cuestión
                                                                                                                                                                  
Wilhelm, sin embargo, no tardó en ser expulsado de las filas marxistas, por ser demasiado “psicoanalítico”, y también de la Sociedad psicoanalítica, por ser demasiado “marxista”.

En realidad, estaba como una cabra.

Pero era un tipo interesante. A grandes rasgos venía a decir que todos los actos humanos, desde dirigir vigorosamente una orquesta filarmónica hasta comprarse un paquete de kleenex, pertenecen a una cadena de actos y motivaciones sociales que se orientan al fin último de obtener un único y escuchimizado orgasmo.
Así es, toda la lógica social sometida al deseo de unos segundos de cosquilleante electricidad expandiéndose por los tejidos de la cintura pelviana; todo el tinglado de la cultura y las costumbres y el conocimiento y tal y cual, sólo montado como escenario en el que dar cabida a la  búsqueda de un relámpago genital que dura menos que, por ejemplo, comerse una alita de pollo con all i oli, y que además, aunque digan que no, nos hace sentir (después) un poco culpables.

Por otro lado, en el marco de esta teoría puede interpretarse, lógicamente, que existe una proporcionalidad inversa entre la intensidad de los orgasmos que uno se procura y la dimensión de los actos sociales que lleva a término, o dicho en cristiano: cuanto más aguda es la carencia de orgasmos más “a lo grande” se plantea uno su existencia social, para ver si haciendo cosas notables o remarcables algún día cae la breva y, como novedad, se corre.
De este modo, según esta teoría puede inferirse por ejemplo que mientras que Adolf Hitler sería con toda seguridad el paradigma de la anorgasmia, la fantasmal señora del cuarto, la que nunca oyes y pasa inadvertida como una sombra cuando te la cruzas en la escalera, probablemente experimente a diario diversos mega-orgasmos, instantes de un éxtasis sexual tan fuerte e implosivo que podrían tumbar a un elefante.
           
Otro concepto interesante de esta teoría es el así llamado “reflejo del orgasmo”, que consiste en una especie de espasmo pélvico que te hace empujar desde los glúteos hacia delante varias veces, justo antes del milagro fisiológico o, en su defecto, en cualquier  momento de cierta excitación. Éste es un reflejo del que por desgracia carecen los neuróticos y en cuya ausencia, según Wilhem Reich, está el origen de la frustrante incapacidad para obtener placer.

Desde que Edgar leyó La función del orgasmo, busca con una cierta obsesión etnográfica pruebas empíricas de ese espasmo pélvico. Observa pelvis en los bares, en los autobuses, en las colas de los supermercados. A veces ve “espasmos”, y entonces lo anota en su cuaderno de campo. En España hizo, desde luego, observaciones interesantes. No le daría como para una tesis (o quizá sí), pero en todo caso contrastan con la total ausencia de reflejos orgásmicos que, de momento, ha observado en Viena. 


No ha visto ni uno sólo.  Y eso es raro, porque en España los reflejos orgásmicos se les escapan hasta a las princesas. Pero aquí nada. Ni en las calles. Ni en las panaderías. Ni en las bibliotecas. Ni en la cintura de las rubias presentadoras de televisión. En ningún sitio. Parece que los vieneses no tienen el susodicho "reflejo del orgasmo" y eso le parece a Edgar muy sospechoso, porque indica que, o bien son neuróticos, o bien son, en el fondo, un poco marxistas.






Pd: Ellos, sin embargo, sí lo tienen:













jueves, 19 de enero de 2012

Capítulo 11. La traductora de Rajoy


De izquierda a derecha: Rompuy-Traductora-Rajoy

El problema no es que un bebé gallego, nacido en plena dictadura franquista, esté predestinado a aprender inglés. No es que un niño educado con los punitivos campanazos de la pedagogía fascista deba estar cerebralmente predispuesto a interiorizar una lengua extranjera. No es que un cuerpo alimentado a base de potajes, empanadas y queso de tetilla deba sentir, de repente, el cosquilleo de lo exótico, la inquietud por lo que se “cuece” más allá del Pirineo. No es que un joven registrador de la propiedad deba verse obligado a interiorizar gramáticas distintas de aquella con la que tan suficientemente se expresaba Don Quijote. No es que un político emergente que tuvo el valor de sobrevivir a Esperanza Aguirre en un accidente de helicóptero esté forzado, encima, a tener que pasar las tardes en una escuela de lenguas, donde le obligarían a espetar vocablos sin eñe, locuciones que probablemente no entenderían ni en Valdeperdices, ni en Puente Tocinos, ni en Esparragosa de los Lares.

El problema no es ése.

El problema es que se trata de un señor que representa a más de 47 millones de personas. El problema es que de él dependen más de un billón de euros de la economía española. El problema es que en casi 60 años no ha sido capaz de aprender 1000 malditas palabras en inglés. El problema es que este genio políglota es el que debe guiarnos en la órbita europea. El problema es que, a tenor de la foto, la traductora no entiende a Rajoy ni cuando éste habla en castellano. El problema es que ahora empiezan a “traducirse” todos los hermetismos conceptuales, todas las piruetas semánticas con que nos han tratado de engañar durante la campaña electoral. El problema es que ya es demasiado tarde para dar marcha atrás. El problema es que don Mariano ya está arriba de todo, como abanderado de la agudeza cognoscitiva de una derecha reaccionaria que lleva décadas aguándonos la fiesta. El problema es que esto que llaman democracia no es suficiente, que las urnas son un instrumento para reducir los argumentos al 'me gusta' o 'no me gusta', a la lógica del Facebook, y que además permite que el que salga elegido sea, precisamente, el menos lumbreras de la clase.


Just think about it, Mariano.



sábado, 14 de enero de 2012

Capítulo 10. Últimos "coleteos" en Barcelona


Edgar se ha visto obligado a volver a Barcelona, sólo unos días, para resolver los papeles del paro, esa emergente subsociedad de la sociedad española que empezó siendo una mínima fracción “estructural”, y que va camino de convertirse en la comunidad mayoritaria, hegemónica y aplastante cuya ideología, impuesta por los amos de las finanzas, ensalza las virtudes del constreñimiento económico, el hundimiento anímico, el estancamiento intelectual y, a este paso, también nos acabará exigiendo el hacinamiento doméstico, el racionamiento copulatorio y el estreñimiento intestinal. Lo que sea con tal de ahorrar dinero y energía. Ante este austero porvenir, algunos están optando por convertirse en ascetas que dejan "fluir" las inactivas y vacías mañanas mientras contemplan sus ficus en la posición del loto. Y otros procuran idear nuevos métodos para liberar tensiones:


Forges
Forges. Publicado el 12-1-12 en El País

Pero es natural que guardemos rencor hacia  los malhechores abstractos, porque ellos tienen la culpa de esto: cuando Edgar llegó a las 8 de la mañana a las oficinas del paro, ya había una cola que doblaba la esquina, y de no ser por el rictus asqueado de los receptores o aspirantes al subsidio, podría haberse confundido con la entrada a un concierto de Youssou N'Dour, U2 o alguno de esos grupos en cuyas actuaciones se genera una sentida complicidad interétnica e intergeneracional. Como si se tratase de una imagen masturbatoria para la nueva clase política, la cola del paro podía ser contemplada en tanto que materialización del ideal cosmopolita del multiculturalismo, un "estar todos juntos y hermanados", abrazados, por fin, en el mismo naufragio:  

La cola del paro


No obstante, a pesar de que el "coleteo" se está convirtiendo en el deporte nacional, para el Emigrante Sofisticado, por Barcelona, todo estupendo: los amigos, la familia, los empujones gratuitos al subir y bajar del metro, los turistas aún acangrejados y saturando las ramblas, las rebajas de las rebajas de las rebajas en la ropa que han cosido los niños vietnamitas o los esclavos en Brasil, y el sol, y la playa de la Barceloneta cada vez más ortopédica (con rocas cúbicas y ya casi sin arena, mantenida por excavadoras, y presidida por el infame Hotel Vela), y la también creciente comunidad de homeless a las puertas del  sofisticado MACBA, y las miradas abiertamente depravadas que desde los grupos de machitos veinteañeros hasta señores octogenarios concentran sobre cualquier ser antropomórfico ataviado con falda, y los titulares que si me debes 40.000 millones de euros, que si eres un corrupto, pues tú un comunista, que si la culpa fue del Chachachá, que si el yerno del rey, pues qué traje más bonito, pues yo no desentierro a tus muertos, pues que te den por el mourinho...


Y todo más o menos con esa grandeza espiritual.



miércoles, 11 de enero de 2012

Capítulo 9. Crónica tardía de un vals en las alturas (1/1/12)



Edgar ha tardado más de diez días en procesar lo que ocurrió la noche de fin de año. Cuando despertó el 1 de enero, su rostro reposaba sobre una cortina de pelo castaño, más bien hirsuto, y ondulado como un campo de trigo removido por desordenados espirales de viento. Una rodilla carnosa se doblaba contra su vientre, buscando cobijo en el calor  de su cuerpo aún adormecido, al tiempo que la palma de su mano flácida empujaba con suavidad el lateral de un prominente pecho femenino, como si en su sueño recién abandonado hubiera estado jugando a baloncesto con una delicada burbuja de jabón.
            Astrid yacía boca arriba con su vestido negro de tachuelas brillantes arremangado hasta la mitad de sus atléticos muslos, sumida en un sueño profundo, silencioso, y en una posición volátil, como si se hubiera detenido en un salto de ballet torpemente realizado. Su ocupación relajada del espacio indicaba una total inconsciencia de la cercanía, del contacto de Edgar, quien observó todos los contornos de aquella mujer, aun muy joven y de parcas palabras, pero que colmaba todas sus expectativas sobre la feminidad: el Emigrante Sofisticado observó sus labios entreabiertos y un hombro desnudo en cuya piel aterciopelada se habían imprimido las líneas sinuosas de la vieja manta sobre la que se quedaron dormidos; observó el tercio bajo de ese espantoso (pero sexy) vestido de licra semitransparente y bisuterías colgantes que se arrugaba a la altura de unas caderas excesivas, pero que infundían en Edgar un sentido de viril plenitud; observó con excitada atención la rodilla que se apretaba contra su vientre, y el interior de un muslo pálido, redondeado y acogedor, que se perdía en la sombra limítrofe de una ingle apenas oculta bajo la tela negra;  y observó los pies pequeños de Astrid, con sus uñas pintadas de un tono carmín y cuidadas como si pertenecieran a los dedos de una princesa, pero que a buen seguro habrían soportado, no hacía muchos años, la humedad del interior de unas botas de agua que se calzaba en el Tirol, cada mañana, para limpiar con una pala los excrementos bovinos de la cuadra adyacente al caserío de su familia.
Porque no fue hasta pocos años atrás, inaugurando sus años universitarios en Viena, cuando Astrid descubriría cosas como la leche en tetrabrik, el esmalte de uñas o el útil concepto de “condones de colores”; objetos e ideas que la transportarían culturalmente hasta ese mediodía resacoso del 1 de enero de 2012, el cual Edgar aprovechaba para observar con una cierta avidez sexual aquellas partes de un cuerpo ajeno que, en su dormir insondable, había tolerado su cercanía y su contacto. El Emigrante Sofisticado se detuvo en cada centímetro de esos contornos tan ajenos a su presencia, tan inconscientemente voluptuosos. Y así fue bajando y bajando, recorriendo con su analítica mirada el cuerpo de Astrid y liberando su solitaria imaginación al placer moderado de la lujuria mentalmente representada, anhelada, hasta que de repente, sobre uno de sus tobillos, también  observó, y sintió, las caricias de un pie áspero y enorme, cuyos metatarsos velludos se deslizaban arriba y abajo con un movimiento regular que parecía conectado a un aliento rítmico, cálido y envolvente que ahora se deshacía sobre su nuca, a la cual se encontraba pegada la vigorosa y simiesca boca de Ernst!, que respiraba tranquila e imponentemente dentuda, como una trituradora de madera recién apagada.


La cronología de los hechos que, desde la tarde del 31 hasta la madrugada del 1, precedieron a esa situación, podría sintetizarse así:
           
2,30h (pm) Edgar y Emma llegan a casa de Luc, un francés (Erasmus “senior” y amigo de Emma), que les recibe en un piso compartido (techos altos, moqueta granate, luces amarillas y muebles crujientes, robustos y de ese marrón oscuro de los 50) con una bandeja de quesos franco-austriacos y tres botellas de vino descorchadas.

4 (pm) Llegan algunas personas más a la casa, y se descorchan otras tres botellas de vino. Y se las beben.

7,30 (pm) Llegan Astrid y Ernst! La cena esta lista: más quesos, ensaladas de atún, aguacate, pan, y una especie de pseudo-chorizo húngaro que Edgar considera a)blasfemo (si lo compara con el sagrado sus scorfa domestica que deglute bellotas en los prados ibéricos), o b) una mera escusa para descorchar otras tres botellas de vino.


sus scorfa domestica en un prado ibérico


10 (pm) Astrid ha causado furor con su vestido transparente de tachuelas. La mayoría de los invitados son bohemios en ciernes (es decir, futuros drogadictos, filósofos y artistas frustrados que presumen de ver el mundo de “manera diferente”) y la figura de la campesina con su único y extremado vestido de noche les remueve un recuerdo erótico-bucólico que, apenas 20 o 25 años atrás, se desprendía de los cuentos sin moraleja que les explicaban sus abuelitas burguesas.

11’15 (pm) Edgar ha perdido la cuenta, pero calcula que se han bebido al menos seis botellas de vino más, y ahora empiezan a circular Gin Tonics (con poco de “tonic”).
Ernst!, curiosamente, no parece molesto por el hecho de que uno de los invitados, (delgado, gafapasta y con el pelo aplastado por un sombrero que ahora lleva en la mano) se deshaga en atenciones con Emma. Ernst! de hecho, colabora voluntariosamente con el Emigrante Sofisticado en la preparación de bolsitas de plástico con doce uvas para cada invitado. La perspectiva de despedir el año con el ritual hispánico de las uvas les entusiasma y, al parecer, produce muchísima gracia a Astrid, que observa a Edgar y a su hermano manipulando las uvas y haciendo lacitos para cerrar las bolsitas transparentes.

11’45 (pm) Edgar abre la Web de TVE1 en el portátil de Luc. Las campanadas serán narradas por una Anne Igartubru forrada con una tela roja y un José Mota (ex “cruz y raya”) que Edgar no sabe porqué, pero le produce una profunda vergüenza ajena. A los demás no parece importarles.

11’55 (pm) El alcohol hace mella. Los cuerpos, orientados hacía el mac, se tambalean sin entender las palabras de Anne, sin entender a toda esa gente tan lejos, en la plaza del Sol, pero con una comprensión embriagada de que tienen que ingerir doce uvas en los últimos treinta segundos del año. En casa de Luc todos ríen y gritan y tratan de mantener su mirada etílica en la pantalla.

11h 59min 30seg (pm) El Emigrante Sofisticado pide silencio. No todos le hacen caso, pero la mayoría sostiene la primera uva entre los dedos. Astrid observa a Edgar totalmente inmóvil, también con una uva en la mano, los ojos vidriosos y media sonrisa, abstraída de su agitado entorno y de las miradas lascivas que algunos proto-bohemios continúan repartiendo por todos los ángulos de su cuerpo.

0h 0min 2seg (am) Un voz masculina, que no es la de Edgar, grita ¡Olé! Y todos se funden en abrazos mientras terminan de masticar los restos de las uvas.

0h 2min (am) Ernst! ha sintonizado un vals en una minicadena y suena a todo volumen. Los más avezados empiezan a oscilar por la sala en parejas como partículas describiendo órbitas acompasadas. Edgar está muy borracho y el vals le reporta la extraña sensación de encontrarse en una atmosfera creada por Walt Disney.

0h 5min (am) Astrid alterna la contemplación de los que se han atrevido a recibir el año bailando y las miradas furtivas (y quizá interrogativas) hacia Edgar. Astrid cruza los brazos con un gesto tímido por debajo de sus pechos y balancea una rodilla hacia el interior. El alcohol ha encendido los colores de sus mejillas. Está muy apetecible. Edgar decide que va a sacarla a bailar. Es el momento.

0h 6min (am) A mitad de la sala, en dirección hacia Astrid, Edgar es interceptado por Ernst!, que lo agarra de los hombros, se lo pega contra su rocoso cuerpo y empieza a voltearlo. Le dice algo así como que “déjate llevar, no seas tan hombre”, y el Emigrante Sofisticado no se siente con fuerzas para liberase de esa máquina brutal que lo aferra mientras se desplaza en elipsis y rotaciones por la sala. De repente Edgar se da cuenta de que no está tocando el suelo. Sus pies penden a por lo menos dos palmos de altura y sus ojos alcanzan a ver justo por encima del hombro de Ernst!, detrás del cual, allá abajo, pegada al chico del sobrero, se encuentra Emma, que con la euforia del descubridor en la mirada, y antes de que el Edgar pierda el sentido de la realidad, le dice :“Edgar, ¡estás volando!”


Y en los siguientes diez días no le ha abandonado ese sentimiento de incomprensión y flotabilidad.



sábado, 7 de enero de 2012

Capítulo 8. ¿Qué es La Historia?


Ratko Mladic


La Historia es, por ejemplo, el general serbio Ratko Mladic entrando en Julio de 1995 en Srebrenica y diciendo, antes de ejecutar a 8.000 musulmanes, que por fin los serbios iban a vengarse de los turcos, como si con esa salvaje matanza pudiese saldar una cuenta que los eslavos habían adquirido doscientos años atrás, cuando todavía estaban bajo el dominio Otomano.
Pero La Historia también es que Edgar empezó la semana pasada un curso de alemán, y sus compañeros de pupitre son el serbio Dálibor, sentado a su izquierda, y el turco Ohran, sentado a su derecha. Y Edgar ahí, con sus hojas cuadriculadas y su típex y sus rotuladores de colores: en medio de La Historia.


Serbios contra otomanos en la Batalla de Kosovo (año 1389)

La Historia puede concretarse en el hecho de que Dálibor es un hombre de unos 50, de mirada vidriosa, benévola y arrugada y de manos ajadas y robustas que uno se imagina sosteniendo una hoz o la ubre de una cabra. La Historia es que el campesino serbio Dálibor tiene la costumbre de interrumpir las explicaciones de la profesora con algún comentario irónico sobre Viena y sus habitantes, a menudo notas “humorísticas” que solo Orhan comprende y agradece con espontáneas carcajadas, sobre todo cuando se trata de mofas implícitas sobre la ineptitud futbolística de los austriacos.
            La Historia es que en los descansos de media mañana, Dálibor sale al pasillo de la academia de lenguas y se junta con Orhan (unos 20 años más joven, de pelo negro y untado de gomina, y sonriente y luminoso como una estrella de cine ante los fotógrafos) y frente a la máquina de café emiten palabras extrañas, catárquicas y siempre celebradas como ¡Ozil! o ¡Djókovic!  Y alguna vez incluso han mirado hacia Edgar exclamando: ¡Iniesta! Pero el Emigrante Sofisticado no comprende ese lenguaje.
            La Historia es que ahí, en Viena, en medio de Europa, Orhan el turco y Dálibor el serbio (un musulmán y un ortodoxo) son cómplices en los chistes deportivos, amigos frente a la máquina de café y camaradas que ya han empezado a especular sobre una imaginada vida "conyugal" de la escuálida y gramaticalmente severa profesora Elfriede
           En estos días grises y lentos de un año apocalíptico que no acaba de arrancar, Edgar sólo piensa que La Historia es justamente lo que no ocurre en una academia de lenguas de un barrio periférico de Viena, que La Historia es sólo una enorme falacia que nos cuentan para convencernos de quiénes somos nosotros y quiénes son nuestros enemigos, y que solo representa a quienes son incapaces de encontrar placer en lo concreto e imperfecto, como un café en un vaso de plástico, un amigo engominado o un chiste mal contado.

La Historia es, probablemente, un chiste demasiado bien contado.






martes, 3 de enero de 2012

Capítulo 7. El inmigrante como indígena


Leo Rojas: premio "Das Supertalent 2011"


Este 2011, al menos, debería haber servido para cambiar el estatus jurídico del inmigrante. Los motivos pro forma son muchos, pero Edgar, que tiene una cierta vocación etnográfica, prefiere razonarlo con tres ejemplos concretos.
El primero es el de Leo Rojas Santillán, merecido inaugurador de este capítulo por su melena lacia y negra y de tono perlado como la antracita del Chimborazo, y por haber ganado el permio Das Supertalent 2011 en Alemania, a pesar de (o gracias a) ser tan quichua, tan moreno, tan apegado a sus conchas marinas ancestrales, tan entrañable con sus pulseritas de colores chispeantes y tan extremadamente emotivo en su soplar melódico de la Flauta de Pan, es decir: tan lo contrario del prototipo humanoide que pace en los prados de la Merkel.
Y es que Leo Rojas, el ecuato-germano del año, no solo arrasó en Das Supertalent, sino que además hizo llorar a los miembros del jurado, al público, y hasta a sí mismo, a base de interpretar afectadamente “El cóndor pasa” y de emitir unos gritos viscerales y reverberantes, parecidos al graznido de un cuervo en llamas o al alarido afónico de, si existiera, una orca ecuatorial.

Pincha aquí para vibrar con Leo Rojas.

Pero este acontecimiento superficial ha hecho reflexionar a Edgar sobre temas de cierta trascendencia. ¿Cómo puede un indígena Andino (aunque lleve 20 años instalado en Europa) ganar un concurso que se supondría debería ser la máxima expresión del folclore verdaderamente alemán
         En primer lugar porque Alemania, desde más o menos el 8 de mayo de 1945, no se puede permitir el lujo de evocar su “orgullo nacional”. Y en segundo lugar porque a fin de cuentas, hoy en día, los verdaderos “indígenas”, esto es, los atávicos pobladores que conservan la pureza de la sangre, la economía, la cultura y el territorio son (Edgar lo siente por los posibles nacionalsocialistas que estén leyendo esto): INMIGRANTES.


 El segundo ejemplo que a Edgar le gustaría recordar es el de las inquietantes imágenes de unos “indígenas aislados”, con las que nos deleitaron diversos medios de comunicación en enero, tomadas supuestamente en una tierra fronteriza de la amazonia brasileña:

Indígenas "aislados"


Lo interesante es que si uno observa bien a los indígenas aislados, puede percibir que uno de ellos (bastante pequeño, en el medio, y con peinado perroflauta), sostiene un machete de acero inoxidable, que en principio no es uno de los productos naturales que pende cual fruta salvaje de las lianas de la selva virgen.
            Y también interesante es que si se lee algo más sobre estos indígenas aislados, enseguida se revela su verdadera naturaleza: ni siquiera son oriundos de la jungla brasileña, sino que se trata, en definitiva, de inmigrantes peruanos.

Pero el tercer y último ejemplo que Edgar quisiera añadir a su planteamiento es, sin duda, el más sonado y revelador:


Omar Chuick
Se trata de Omar Chuick, nacido en Mali y emigrado a España hace cuatro años. Fue al principio de este año glorioso para la economía española cuando Omar, harto de vivir en Ceuta y de Zapatero y de la Standard and Poor’s de los (!), decidió deshacer el camino que previamente había hecho en patera, pero esta vez andando, para lo cual debía saltar la valla que separa a Ceuta de Marruecos, y así regresar, pasito a pasito, a su país de origen. Pero poca fortuna tuvo este inmigrante invertido, pionero de los saltos fronterizos al revés. Fue durante una aciaga madrugada de domingo cuando Omar fue descubierto por la guardia civil, forzado a bajar de la valla (cuando se encontraba colgado en dirección a Marruecos), y detenido, devuelto a la gloria de España, mientras alguno de los guardia civiles probablemente pensaba: “¿Pero dónde vas Omar, querido inmigrante, no te das cuenta de que ahora eres nuestro indígena?”, sin darse cuenta de que por primera y última vez en su vida, ese eficiente guardia civil de Ceuta estaba inaugurando con su elevado pensamiento un nuevo paradigma sociológico y jurídico para prevenir los movimientos migratorios transnacionales: un paradigma en el que todos vosotros, inmigrantes en mayor o menor medida, seréis la única salvación de las aburridas audiencias televisivas, hartas de folclore nacional, para lo cual seréis impunemente re-definidos como nuestros imprescindibles indígenas, los indígenas que debemos proteger, y por ello seréis aún más exotizados,  más espectacularizados, y sobre todo usados para mantener y sufrir nuestras economías devastadas.
         Puede que como emigrantes el problema fuera entrar en determinados países, pero como indígenas, nuestro problema será salir.


Que escape quien pueda.