Que Mario Vargas Llosa tiene
ciertas limitaciones intelectuales es algo que los izquierdistas
latinoamericanos y sus homónimos europeos se esmeran en remarcar tras cada una
de sus declaraciones políticas o después de muchos de sus manifiestos a favor de un determinado
tipo de cultura o pensamiento. La última fue que tras recoger su Nobel, ya de
regreso a sus clases magistrales en EEUU, puso de vuelta y media el postestructuralismo
francés, ensañándose con la “invitación a la homosexualidad” rebelde de
Foucault, la “oscuridad trivial” de las palabras de Derrida, o el “vacío
destructor” de los planteamientos de Lacan.
Claro
que la “Théorie Française” resulta engolada y muchas veces le dan a uno ganas de
unirse al amigo Llosa y despotricar de todo lo que suene al “espejo del espejo del
espejo de la palabra que instituye las condiciones del poder que estructuran el
hábito de sumisión y tiranía de tu cuerpo condicionado por la historia clínica de
los discursos anatómicos de la verdad”. Que no, ostias, que no. Que como dice
Llosa, en el mundo hay malos y buenos, y los malos somos nosotros, o sea, los que no votamos a UPyD.
Sin
embargo, aunque el amigo Llosa no se haya dado cuenta, en el fondo sí hay algo
que rascar del postestructuralismo. Pero quienes mejor lo saben no son los
franceses de gafas redondas de alambre y pañuelo doblado en el bolsillo pechero
que acuden a los seminarios del College de France, si no los campesinos austriacos,
y en concreto, de entre ellos, los más “post” y relativistas, son los fachas.
La
historia empieza así: había una vez un líder de un partido político de extrema
derecha, llamado FPÖ, que gobernaba en la región de Carintia. Se llamaba Jörg Haider y era el hijo de dos nacionalsocialistas. Era un tipo carismático que
enamoraba por doquier a base de propaganda antisemita, antieuropeismo y, al
mismo tiempo, proselitismo homosexuo-político entre los ultraconservadores de
Carintia que por el día eran hombres arios y rectos y amantes de la patria y
por la noche eran amantes de arios y rectos y todo por la patria.
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Jörg Haider |
El caso es que el tipo gobernó
desde 1999 hasta 2008 y entonces, tachán, se mató en un accidente de tráfico.
Al parecer iba de una fiestecilla de hombres arios a otra por una carretera en
las afueras de Klagenfurt por donde se podía circular a 70 pero él iba a más de
140 y con 1’8 de alcohol en sangre, el triple de lo permitido. Se mató en una recta que viraba ligeramente hacia la izquierda. Una recta a la que los
campesinos postestructuralistas de Carintia llaman “curva”, en lo que
representa una clara deconstrucción del lenguaje y de las propiedades
centrífugas implicadas en la conducción.
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Memorial en la "curva" de Haider |
En un
punto de esa “curva-recta” hay actualmente una placa conmemorativa de Herr. Jörg Haider rodeada de
velitas, flores y figuritas del niño Jesús en pelotas. Es, por supuesto, un
sitio de culto al que peregrinan sucesivas hordas de ultraconservadores
europeos cada año, llegando a juntarse más de 25.000 intelectos que, así como
Wittgenstein se esforzaba en convencer a su maestro Bertrand Russell de que no
podía afirmar la verdad del enunciado “no hay un rinoceronte bajo mi
escritorio”, ellos sugieren al mundo que lo que mató a Haider no fue su borrachera y sus 140 km/h, sino una "curva" que no es evidente pero resulta inteligible desde el marco teórico-epistemológico que ellos proponen.
Estos,
por lo demás, representan la corriente más suave del postestructuralismo rural
austriaco. Existen aún dos corrientes deconstructivas que emergen de la misma
pérdida del líder en 2008. Una es la línea de la manipulación de la dirección
del volante (implícitamente perpetrada por algún sociata al servicio del
biopoder comunista). La segunda es la de que alguien puso una estalactita de
hielo en el interior del coche de Haider, sabiendo que se iba a caer durante el
trayecto, hiriendo o cuanto menos desconcertando al hombre, que se vería así abocado
a la muerte. Edgar jura que ha escuchado esa teoría. Y reconoce que no la
entiende. No la entiende porque es una explicación que deriva del postestructuralismo
más avanzado, porque recoge las más recientes
elaboraciones en la discursividad política de una ultraderecha que se está reactivando y será, quizá, el futuro de Austria.
Que Derrida nos pille confesados.
¡Amén!
ResponderEliminarPor lo que veo, se discute si la (e)recta cargaba ligeramente a un costado de tal modo que pudiera llamarse curva y no recta.
ResponderEliminarLo que nadie pone en duda es que el maromo iba de una fiesta de hombres a otra. ¡Todo un avance!
S.