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Sebastian Kurz. Secretario de Integración |
Pelo loreal, cara aniñada, orejas
generosas. Luminoso. Limpio. Patriótico. Conservador. Mediático. Se llama
Sebastian Kurz y es sin duda el niño perfecto. Uno podría ser su novia, su
abuela o su Golden Retriver y apenas se daría cuenta de la diferencia: Sebastian
nunca dejaría de satisfacer a su entorno con su aguda, monotemática y exitosa
subnormalidad.
Con apenas 18 años ya estaba en
las filas del partido conservador ÖVP (actualmente en el poder) y enseguida se
hizo famoso por hacer campaña electoral subido a una especie de coche-tanque
llamado Hummer. En lo político fue aplaudido por la derecha al exigir que en
todas las mezquitas austriacas se hagan las oraciones en alemán. Pero Alá todavía
no declina.
Aun así no ha dejado de ascender.
Desde 2011 es Secretario de Integración. Su lema es “integración por medio del
rendimiento”. Su ideología es: "quien pretende quedarse en Austria, debe
aportar algún beneficio para los nacionales", entendidos éstos como aquellos por
los que fluye la sangre austriaca. En Austria rige el ius sanguinis.
Para cubrir las exigencias del
rendimiento o aportación (leistung)
que deben hacer los no-austriacos no es suficiente con conformar la mano de
obra barata, habitar los barrios periféricos y pagar las abusivas tasas de inmigración. Todo eso vale para quien, como Edgar,
puede permitirse el lujo de seguir viviendo aquí sin necesidad de visado o de
nacionalización. Pero, ¿Qué sucede con quienes necesitan la ciudadanía austriaca,
como por ejemplo algunos asilados o aquellos no-europeos que algún día desean
terminar con la pesadilla del estatuto del eterno inmigrante, del trabajador en
negro, del esclavo invisible?
Para éstos el inmaculado
Sebastian Kurz acaba de descubrir una fórmula digna de su altura cognitiva. Lo primero que se les exige es que aprueben
un test de ciudadanía para el que uno se tiene que aprender un manual cuyo ingenioso titulo es “manual-rojo-blanco-rojo”, en el que se definen los “verdaderos
valores de Austria”.
Esa es además la parte fácil. Más
difícil es ajustarse a su complejo sistema de los así llamados “tres niveles”. El primero es el de aquellos inmigrantes
que llevan más de 6 años en Austria trabajando con contrato. Además de superar
con éxito el examen sobre los verdaderos valores de Austria, deben “haber
pagado todas las tasas e impuestos y sin haber recibido ningún tipo de
prestación social”, como el paro, la baja de maternidad, una baja por
enfermedad, etc. Los inmigrantes no pueden ser parados, ni madres, ni estar
enfermos. Tienen que ser trabajadores en estado puro y que demuestren la alta
rentabilidad que suponen para los Verdaderos Austriacos, o de lo contrario, a
tenor de diversos comentarios (de
lectores) en los media, son considerados como parásitos.
Pero eso no es todo. Aún estamos
en el primer nivel. Éstos afortunados inmigrantes de primera categoría, además
de trabajar sus 40 horas semanales (es un decir), deben haber servido
voluntariamente durante tres años (la mitad de los seis que llevan en Austria)
a algún servicio social como los bomberos, la cruz roja o a “los samaritanos”
una organización religiosa que administra las ambulancias. Además de esto, los
inmigrantes “muy bien integrados” que merecerán el derecho de ciudadanía a los
6 años de evocar los valores de la patria, trabajar mucho pero sin ayudas
sociales y colaborar en sus “horas libres” como voluntarios, deben haber
superado el nivel de alemán B2, es decir, el que exigen para entrar en la
Universidad y más del que se pide a los Erasmus (!)
Luego están los inmigrantes de segundo nivel. A éstos les permiten
acceder a la ciudadanía sin haber alcanzado un nivel tan alto de alemán y
cumpliendo los otros requisitos. Y sólo tienen que esperar diez años.
En el tercer nivel están los que “no recibirán la ciudadanía porque no
alcanzan los estándares”.
A sus pies, Herr Kurz.
Un conocido de Edgar, que escribe
una tesis en ciencias políticas sobre ciudadanía europea, se sorprendía en su twitter de lo absurdo de esta ley y de que él mismo haya recibido la ciudadanía
austriaca por solo nacer, sin aportar ningún leistung o rendimiento a la Patria.
Debe haber muchos austriacos a
quienes domine esa misma perplejidad. Además de los comentarios racistas de algunos lectores de los diarios de más pegada, Edgar también ha podido leer diversas
menciones al hecho de que si se aplica la lógica del nivel B2 de alemán para
todo el mundo, incluidos los austriacos de Pura Sangre, más de la mitad del
país perdería la ciudadanía.
En la sofisticada tipología de
inmigrantes del retoño Sebastian Kurz hay todavía una categoría aparte. Es la
de los así llamados behinderte o disminuidos, que dada su discapacitación no
necesitan aportar su rendimiento a la Patria evocando los verdaderos valores,
trabajando sin derechos, esforzándose como voluntarios o hablando como
universitarios. No es de extrañar que
algunos austriacos se alarmen: quizá Sebastian Kurz no se haya dado cuenta,
pero en su tipología los disminuidos y los Verdaderos Austriacos, en tanto que
únicos ciudadanos exentos rendir cuentas al Estado, forman un mismo grupo.