jueves, 29 de diciembre de 2011

Capítulo 6. Patinar sobre hielo

 Edgar saltó al Danubio.
            Los primeros tres pasos fueron dubitativos, arrítmicos y desequilibrados, y los tres siguientes se convirtieron en zancadas aéreas, circulares y desesperadas, como si fueran la última oportunidad de restablecer la verticalidad de su cuerpo en un nuevo sistema gravitatorio. Pero ya era demasiado tarde: había resbalado al pisar el hielo que cubría homogéneamente aquel río que atraviesa ciudades como Viena, Bratislava, Budapest o Belgrado, y que hoy era un río inmóvil, inverosímilmente congelado.
El Emigrante Sofisticado resbaló y Emma, Astrid y su goriláceo hermano Ernst! lo observaban desde la cercana orilla, tan cercana que los dedos protectores de Emma llegaron a rozar un hombro de Edgar, tratando de frenar la parábola infernal de una caída torpe, humillante e irreversible, mientras Astrid ocultaba una mueca de risa con la palma de sus manos y mientras Ernst!, el gorila austriaco, apretaba su musculosa mandíbula y observaba ese gesto solidario de Emma, preguntándose si aquello significaba algo, si su lenta pero decidida aproximación amorosa a Emma se estaba viendo amenazada, y si debía sencillamente aplastar a Edgar, en un futuro próximo, con excusa de una borrachera mal llevada.
No, el hielo no era el medio en el que Edgar podía encandilar a Astrid (una joven que poseía la atractiva y recia constitución de las mujeres del campo, y unos mofletes redondos y rosáceos, azotados por los vientos montañosos del Tirol Oriental, de donde había venido junto a su hermano Ernst!, hacía siete años, para estudiar). 
         Pero ya era demasiado tarde para pensar en ello. La caída prosiguió el curso implacable de la gravedad y, mientras los pies de Edgar saludaban al cielo y sus manos en garra trataban de aferrarse absurdamente al aire, su nalga izquierda impactó contra el frío y macizo hielo del Danubio.
Al levantarse de nuevo, ayudado por Emma, Edgar se sacó un guante y se palpó la contusión. Fue exactamente ahí, en ese punto en que la nalga se adhiere a la cadera, donde siete meses atrás, el 27 de mayo de 2011, un Mosso de Escuadra le aporreó con furia, cuando se encontraba junto a una multitud de gente normal, protestando porque los servicios de limpieza se estaban llevando los ordenadores, pancartas y demás materiales de la gente que había usado la Plaza Cataluña, en Barcelona, como ágora ciudadana contra la crisis social, política y económica en la que se encontraba el país.
Edgar estaba dolorido. Pero allí, saliendo a pie del Danubio, su dolor se desplazó desde la nalga izquierda hacia la garganta, donde vibró una súbita emoción: hacía escasos días sus amigos le habían explicado por email que la Plaza Catalunya había sido “vendida” a los empresarios, para que montaran una monstruosa y navideña pista de hielo:

Pista de hielo de la Plaza Catalunya

Emma lo empujaba desde atrás para volver a tierra, Astrid permanecía con las manos frente a su mofletudo rostro, y Ernst!, como un gran monolito clavado en la orilla del río, continuó observándolos inmóvil, con los puños cerrados. Tal era la tensión que emanaba del cuerpo de Ernst! que Edgar se percató de que se estaba fraguando en él un ánimo violento, quizá como respuesta al espíritu “solícito” que Emma había mostrado hacia su nuevo compañero de piso. 
             Pero no era un momento para preocuparse por eso. Ahora Edgar pensaba en Gilles Deleuze y su idea de que el surf era el deporte que mejor reflejaba la posmodernidad, porque suponía subirse a una ola y dejarse llevar por ella, sin esfuerzo, para que el Yo más superficial se sintiese en armonía con una masa dinámica, la ola, sin principio ni final.
            Gilles Deleuze se equivocaba. Edgar lo supo en cuanto se volvió para contemplar el traidor hielo del Danubio y, al tiempo que se palpaba su nalga contusionada, recordaba Barcelona. El deporte que mejor reflejaba la posmodernidad era el patinaje sobre hielo. Los conservadores catalanes habían permitido que se privatizara la plaza de la ideas. Ahora podían ver como su dócil pueblo patinaba sobre hielo al son vibrante de los expendedores de Cocacola, frente al infausto Corte Inglés, al albor de la diabólica calle Portal del Ángel. “Els cívics ciutadans” patinaban sin preocuparse por el hecho de que todo eso era una maniobra de la Fundació Barcelona Comerç para que gastaran el dinero que previamente les habían robado, sin ver que los verdaderos ladrones usaban el balanceo hipnótico del patinaje como droga para re-introducirlos en el consumo irracional de los productos más absurdos, y sin adivinar que el deporte de la posmodernidad no será el surf, sino el patinaje sobre hielo, pero no sobre el hielo que durante estas navidades cruje bajo sus patines alquilados, sino el hielo que habrá bajo sus pies descalzos, cuando quieran caminar hacia sus hijos y resbalen una y otra vez y sin entender el motivo, porque, además del suelo, les habrán congelado la memoria:



3 comentarios:

  1. Que tiempos aquellos en los que parecía que algo se movía, pero esta claro que se ha vuelto a congelar...

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  2. Pero ese no será el último baile ;)

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    1. No hace falta un lugar concreto para difundir, debatir o comunicar ideas. Si lo que parecía que se movía ya no se mueve, quizá habría que preguntarse por la solidez o la profundidad de esas ideas.

      Entristece bastante darse cuenta de que tanta "idea" en realidad no era más que un calentón. De lo contrario, aún estaría ahí, en la placa Catalunya o en cualquier ptra parte.

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