viernes, 23 de diciembre de 2011

Capítulo 4. El sobrino de Wittgenstein

Aunque Edgar emana una tosquedad obrera forjada en los ambientes menos selectos de Castelldefels (donde ha sobrevivido entre los 6 y los 25 años), de vez en cuando se le brinda la oportunidad de demostrar su trabajado esnobismo cultural. Hoy, por ejemplo, mientras desayunaba con Emma, ha puesto en juego su erudición centro-europea citando a sus pensadores austriacos favoritos: Ludwig Wittgenstein y Thomas Bernhard:


Ludwig Wittgenstein
Thomas Bernhard
Edgar se ha propuesto impresionar a Emma contándole una anécdota de ambos. Él sabe que lo que atrae a la gente de los intelectuales no es que profundicen en el pensamiento humano, sino que simplemente sepan narrar anécdotas sobre otros intelectuales (en ese sentido, eso que algunos llaman “esfera intelectual” podría ser reducido, en ocasiones, a una versión lingüísticamente sofisticada de la prensa del corazón, los realities de media tarde o las conversaciones de peluquería).

Por otro lado, como el 70 % de los hombres que adoptan un rol intelectual ante una mujer, Edgar estaba esperando algún tipo de respuesta sexual. Pero no una respuesta inmediata, claro, sino un favor a largo plazo, y tampoco una respuesta por parte de Emma, sino una disposición previa de alguna de sus ya anunciadas (pero aún desconocidas) múltiples y candorosas amigas. Sí, Edgar sabe que Emma no tardará en hablar de él a sus amigas. Y también sabe que el sexo del soltero es un deporte de fondo en el que deben combinarse de manera equilibrada la estrategia, la paciencia y, sobre todo, una tolerancia pragmática ante físicos que distan de parecerse a los de los “pop ups” de internet.

Mientras Emma se untaba una rebanada de pan negro con mantequilla,  Edgar le ha explicado lo primero que hizo en Viena como turista tres años atrás: visitar el centro hospitalario de Steinhof.


Edgar Pineda en Steinhof.
(Julio de 2008)


Allí el escritor Thomas Bernhard, ingresado por una enfermedad pulmonar crónica, entabló amistad con Paul Witggenstein, sobrino del célebre filósofo, que se encontraba ingresado en el manicomio de ese mismo recinto. Bernhard sugiere en su obra El sobrino de Wittgenstein que la locura de su amigo Paul Wittgenstein era, quizá, una respuesta lógica a un exceso de inteligencia mal canalizada: Paul se volvió loco en una familia de prodigios mientras Ludwig, el tito Ludwig, produjo una inversión en la historia de la filosofía, sacudió intelectualmente al propio Bertrand Russel (su mentor) y redactó una tesis doctoral con el título Tractatus logico-philosophicus.

Emma, que está sentada en posición de loto sobre un taburete de mimbre, mordisquea su rebanada de pan con mantequilla mientras contempla a dos cuervos que se balancean en la rama de un abedul altísimo, de tonos naranjas pero ya casi deshojado, que tienen junto a la ventana. Emma parece cualquier cosa menos impresionada por lo que Edgar le ha contado. Quizá no haya entendido que la anécdota no era el hecho de que sus dos austriacos favoritos hubieran estado en relación directa por medio de un sobrino loco y en el “idílico” contexto del hospital de Steinhof. La anécdota es que el Tractatus lógico-philosphicus era una tesis doctoral. A Edgar, que conoce de primera mano el brillo intelectual de algunas tesis doctorales que se producen y se aprueban hoy en día en el ámbito de las ciencias humanas, esto le parece mucho más que una anécdota: es un motivo para entender por qué él mismo, pese a ser doctor, aún no ha conseguido un maldito trabajo. 

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