martes, 27 de marzo de 2012

Capítulo 24. Los recortes del Estado del Bienestar





En la ciudad austriaca de Graz, cuna de Arnold Schwarzenegger, ocurrió ayer uno de los recortes más grotescos de la historia del Estado del Bienestar. Un hombre de 56 años, que recibía del servicio de desempleo una pensión por baja médica, fue citado para revisar su expediente. El hombre debió intuir que tal y como anda la economía, los funcionarios austriacos encontrarían algún argumento para retirarle la ayuda. Pero este hombre decidió innovar. Primero cogió su sierra manual. Se quitó el zapato izquierdo, el calcetín izquierdo, y luego, naturalmente, se serró el pie izquierdo por encima del tobillo. Cuando terminó de sajarse el pie, lo recogió de suelo y lo tiró al horno. Después llamó a la policía.

Cuando Edgar leyó esta noticia, sintió interés por tres aspectos en particular: 


1) En primer lugar el hecho de llamar a la policía y no a la ambulancia: ése hombre, antes que un herido, se consideró un criminal (no se sabe si por mutilar salvajemente un cuerpo, en este caso el suyo, o por “manipular las circunstancias” para dejar sin argumentos a los del servicio de desempleo). 


2) La segunda cuestión es que se trata de un comportamiento paradójico y revelador: un hombre que se recorta a sí mismo, justamente, para no verse afectado por los recortes del Estado del Bienestar a los que está llevando la crisis. 


3) La última cuestión es más tortuosa, quizá subjetiva: Edgar se pregunta por qué precisamente el pie izquierdo. Una conclusión precipitada sería pensar que el hombre era diestro y que por ello optó por serrarse el pie que le parecía menos útil. Pero se trata de una conclusión falsa. De no ser que antes de serrarse el pie estuviera pensando en retomar los partidos de fútbol sala del fin de semana, le habría salido más a cuenta serrarse el pie derecho. Cualquier aficionado al atletismo sabe que la pierna que imprime más potencia es la contraria a la que presenta, por ejemplo, mayor destreza con un balón. Los saltadores de longitud o de altura diestros siempre baten con la izquierda, y viceversa. Sí, la pierna contraria es la importante, la que más nos impulsa. Pero quizá este hombre no sabía nada de atletismo. Quizá estaba demasiado obcecado con el fútbol. O quizá sólo eligió la izquierda por motivos políticos, como acto simbólico. Quién sabe. Y por otro lado, qué más da. El caso es que en estos tiempos de crisis y de desmoronamiento total del Estado del Bienestar deberíamos saber menos de fútbol y un poco más de atletismo.


Correr será, en los próximos años, mucho más útil. 



sábado, 24 de marzo de 2012

Capítulo 23. Heldenplatz (Plaza de los héroes)


Discurso de Hitler en la Heldendeplatz de Viena (1938)

Ahí va un fragmento de la última obra de Thomas Bernhard, Heldenplatz, que Edgar relaciona con este post y, aunque requiera un mayor esfuerzo de abstracción, también con éste:


(1988)

la verdad es que las cosas son hoy realmente
como eran en el treinta y ocho
hay más nazis ahora en Viena
que en el treinta y ocho

ya verás
todo acabará mal
por eso no hace falta siquiera
una inteligencia aguda
ahora vuelven a salir
de todos los agujeros
que han estado tapados durante 40 años

Solo hace falta que hables con cualquiera
al cabo de poco tiempo resulta ya
que es un nazi
da igual que vayas al panadero
o a la tintorería a la farmacia
o al mercado

En la Biblioteca Nacional creo
estar entre puros nazis
solo esperan la señal
                                         para poder actuar abiertamente contra nosotros



jueves, 22 de marzo de 2012

Capítulo 22. Las formas culturales del pudor

*AVISO: Éste es un post escatológico y de cierto mal gusto.







El pudor es una forma cultural que se manifiesta por su ausencia, es decir, cuando alguien traspasa la barrera que delimita cierta norma de contención.

Tras una breve visita a Barcelona, Edgar vuelve a Viena con la intuición etnográfica de que el pudor, y en especial el pudor que se traduce en la contención de los sonidos flatulentos, presenta un marcado contraste cultural. Como ejemplo de ello, Edgar ha detectado una forma austriaca y una forma hispánica de liberar el flatus que, sin bien no llegan constituir los signos corporales definitorios de las sociedades en las que se producen, si que invitan a una cierta divagación antropológica. Dicho de un modo más llano, podría decirse que, aunque la cultura austriaca o la cultura española no puedan reducirse a sus respectivas formas de expresar el flatus interior, la contrastada evocación de los aerosoles internos debería despertar, por lo menos en los observadores inquietos, cierto instinto de viajar:

La forma A se produce en un contexto eminentemente masculino: los urinarios de bares, bibliotecas, museos, aeropuertos, etc. Esta forma consiste en manifestar a tus anónimos vecinos la disposición inmediata a orinar (acaso el placer de estar ya haciéndolo) mediante una sonora y vibrante, pero a la vez fugaz, recatada y hasta coqueta liberación de éter intestinal. Se efectúa manteniendo un rictus facial serio y relajado, a veces sosteniendo una mirada perdida, existencial, sobre la pared frontal o sobre el tejido protuberante que orienta tantas vidas desde su textil clandestinidad. Los expertos lo hacen con tal pericia y naturalidad que en ocasiones resulta imposible discernir cuál de los presentes ha decidido pincelar el silencio con su personal y breve nota vibratoria.

La forma B es más escasa, pero existe. Se produce en la calle o en los transportes públicos. Consiste en acorralar a la pareja de uno (acaso una persona amiga) contra una superficie dura y no flexible, como por ejemplo una pared o la puerta del metro. Acto seguido se sonríe y se pronuncia algún comentario cariñoso, quizá picantón, y se aposentan los labios sobre el cuello del objetivo. Todo indica que se trata de un beso caliente y prometedor  (ya verás cuando lleguemos a casa). Pero no es eso. En realidad se trata de una posición labial desde la cual el ejecutor, por medio de un soplido semi-bloqueado contra el cuello de su objetivo, genera, o bien una larga y catárquica flatulencia, o bien una ráfaga de rápidos y juguetones peditos labiales. Se trata de una variante erotizada de los que algunos padres hacen sobre la barriga de sus bebés, en este caso, para que se rían.


Edgar ha observado estas dos formas culturales (más o menos consentidas) de saltarse las normas del pudor. Cuál es la correspondencia entre las formas A y B y la cultura Hispánica o Austríaca es algo Edgar cede a la voluntad especulativa de sus lectores...



jueves, 15 de marzo de 2012

Capítulo 21. Aida "Experience"


Existe un mundo, exterior a los cuentos, en el que todo es de color rosa. Un mundo donde las paredes son rosas, las mesas son rosas, la piel de los niños es rosa, los pasteles son rosas, las servilletas son rosas, las bolsas de plástico no son finas y reciclables, sino rosas, y donde las camareras son rosas, como cerditas de mazapán, y sus calcetines son rosas y sus braguitas son, ciertamente, rosas.
        Es un lugar donde las conversaciones de los clientes, mozos y mozas de entre 75 y 110 años, son rosas, y sus pensamientos son rosas, y sus encías son rosas, y la piel de los animales a los que les han arrancado sus abrigos es ahora (¡uy! ¡como duele!) de color rosa, rosa, rosa, donde el amor se posa:

Aida Experience I: aproximación


Aida Experience II: Observación del género


Aida Experience III: Observación de la atmósfera



Aida Experience IV: Degustación del género


Aida Experience V: Observación de la fauna




Aida Experience VI: Evasión preventiva
(por detección de Joven Barbudo No Identificado)


Aida Experience VII. Deja volar tu imaginación




A los futuros visitantes: tomarse un café en Aida es, de verdad, IMPRESCINDIBLE.





viernes, 9 de marzo de 2012

Capítulo 20. Un estúpido a las puertas... de la primavera.


Astrid le dijo que ya todo había pasado, que se fijara en su jardín: se suponía que empezaba a colorearse de brotes blancos, rojos, amarillos. Le dijo que respirara profundamente, relajado, y que se dejara llevar por el canto de esos pajaritos que se excitan con el primer calor del año. Incluso le dijo que oliera el aire: «¿Edgar, no sientes como está cambiando? Ya huele a tierra húmeda y templada. Ya huele a primavera». Edgar no sabía cómo interpretar la exaltación de esos estímulos pre-primaverales que él, desde luego, no percibía:  ¿Era un simple y espontáneo arrebato poético? ¿Era el bucólico pero certero saber adivinatorio de una chica del campo? ¿Era una forma de sensibilidad femenina que él, tan ajeno, sólo lograba identificar como una incomprensible falta de objetividad?

Mientras Edgar pensaba en ello con la mirada perdida sobre su taza de café, Astrid se apartó de la ventana y la cerró cuidadosamente. Estaba ligera pero inexplicablemente ruborizada. «Bueno, es tarde. Tengo que irme a casa. Mañana tengo un examen», dijo. Eran la tres y media de la tarde. El 8 de Marzo. Edgar se preguntó por qué se quería ir tan pronto. Pero había demasiadas cosas que no entendía, demasiadas cosas en Astrid que le desconcertaban, empezando por esa tendencia a mencionar cada media hora a su exnovio, un tirolés que la había introducido en la modernidad pueblerina del Grunge y los porros, y terminando por esa evocación encendida de una primavera que Edgar ni siquiera había intuido.

Al cerrar la puerta aún sentía el calor de la mejillas de Astrid sobre su piel. Ella le había dado dos besos de despedida, a «la española», cuando normalmente le tendía una mano púdica, excesivamente correcta, como si su padre los estuviera observando a escasos metros de distancia, con su boina, su meditativa ramita de paja entre los labios y sus tijeras de podar en la mano.

Al regresar al salón, Edgar seguía desconcertado por la últimas palabras de Astrid: ¿Cómo pudo no haberse fijado en los brotes de colores? ¿Cómo pudo no haber escuchado el graznido primaveral de los pájaros? ¿Cómo se le pudo pasar de largo ese viento cálido y fértil, que pronto haría renacer una vegetación luminosa? ¿No era él quién aspiraba a convertirse en escritor? ¿No era él quién se pretendía sensible?

Edgar se asomó a la ventana para comprobar hasta qué punto se equivocaba, hasta que punto había quedado como un ser reconcentrado y frío, incapaz si quiera de percibir los cambios estacionales y conversar sobre ello con Astrid:


8 de marzo de 2012, en el Jardin de Edgar.


Era 8 de Marzo. La primavera austriaca estaba, efectivamente, aún muy lejos. Edgar, como siempre, encontraba dificultades para conciliar su voluntad de comprender literariamente el mundo con su inevitable apego a la objetividad. Intuyó vagamente el estado emocional (quizá fisiológico) de Astrid al exponer de aquel modo tan subjetivo sus percepciones del jardín. Incluso le pasó por la cabeza lo que le podía estar sugiriendo. Pero «no, no puedo ser tan estúpido», se dijo Edgar, antes de coger la cámara, hacer esa foto, y ver que, por desgracia, ni si quiera así era capaz de percibir la primavera de Astrid, ni siquiera reduciendo toda su objetividad a unos cuantos píxels y una pequeña pantalla. «No puedo ser tan estúpido», se dijo de nuevo, sin poder dejar de ver un jardín frío y nevado, sin brotes y sin pájaros, sin significados profundos, metafóricos, y acaso sensuales, cuya percepción le seguía pareciendo tan lejana, tan femenina, tan deseable, tan imposible.


sábado, 3 de marzo de 2012

Capítulo 19. Sobre la estupidez (segunda parte)




Saul Bellow hizo una visita a la España de la posguerra. Una España tan estúpida que tenía todos sus recursos económicos invertidos en militarizar la calle, en controlar a la población, en reprimir cualquier conato de disidencia. Una España fascista que recibía a un escritor norte americano con pleitesía, sin darse cuenta de que el señorito Bellow era simpatizante de los partisanos. Él mismo describe, en uno de los ensayos recogidos en Todo cuenta, cómo recibe favores de fascistas que ni siquiera se plantean que él los pueda percibir como a burdos agentes de una dictadura primitiva. Saul Bellow sólo constata la estupidez nacional de un determinado momento histórico. Pero desde una perspectiva actual, más de uno podría sospechar que si seguimos sintiéndonos ciertamente atrasados, por comparación a otros países europeos, es porque hemos vivido durante más de 40 años en el orden social más estupidizante que se puede imaginar.

No obstante, todo es relativizable. Como alguien ha dicho en un comentario al capítulo anterior, “la estupidez es patrimonio universal de la humanidad”.  Entonces, quizá el truco está en saber disimularla. Y dicen , en ese sentido, que los austriacos han sido muy hábiles, al conseguir que muchos creamos que Einstein era austriaco, y que Hitler era alemán.  Chapó. Edgar se lo había creido.

Pero hay una explicación antropológica para la estupidez mundial emergente. El antropólogo Michael Herfeld lo llama la “estupidización” por rechazo de los artesanos y los académicos[1]. Su hipótesis es que está emergiendo una esfera cognitiva hegemónica en la que se rechaza cualquier tipo de complejidad, ya sea una complejidad incorporada en los saberes artesanales o una complejidad expresada en razonamientos intelectuales. Quienes dominan el mundo exhortan a la defensa de una estupidez que rechace cualquier manifestación del pensamiento complejo. Sofisticados filósofos afrancesados y pragmáticos tejedores de figuritas de mimbre son ahora metidos en el mismo barco, y mandados a freir esparrágos, por decir o hacer cosas que no pueden entenderse con las herramientas explicativas de un discurso de Esperanza Aguirre, o con la complejidad sinóptica de un manual de instrucciones de Ikea.

Teorías a parte, los tres primeros días de Edgar en Viena estuvieron copados por el montaje de un armario que habían diseñado unos carpinteros Croatas. Se suponía que se montaba en dos horas, pero Edgar tardó tres días. Había cincuenta tipos de tornillos y algunos se diferenciaban entre ellos en un par de milímetros de longitud. Si ponías uno mal, el efecto del caos hacía que todo el armario saliera al revés. El resultado fue un mamotreto cuyas puertas no cierran, sus cajones se salen y el espejo se cae.

Lo que Edgar aun no ha conseguido esclarecer es si él es estúpido o es que los carpinteros croatas son demasiado cracks. 

¿Qué es lo que falla?














[1] HERFELD, Michael 2007. «Deskilling, ‘Dumbing down’ and the auditing of knowledge in the practical mastery of artisans and academics: an ethnographer’s response to a global problem». En Ways of Knowing. New Approaches in the Anthropology of Experience and Learning. pp. 91-110. Harris, Mark (ed.). New York: Berghahn Books.