“Arnie” es el apelativo (perturbadoramente
familiar) con el que la profesora de
alemán de Edgar se refiere a ese tipo austriaco
que mata robots humanoides venidos del futuro (Terminator), nómadas
cimerios de la Edad de Hierro (Conan),
extraterrestres feotes o transparentes que se esconden en la jungla (Depredador), rusos comunistas (Eraser) y hasta señores octogenarios, ciegos y sordos, que
cometieron un crimen 30 años atrás (Governator,
de California 2003-2011).
Arnie lo mata todo.
Pero, ¿por qué? En primer
lugar porque es el hijo de un nazi que pertenecía al cuerpo de la Sturmabteilung, un grupo militar
nacionalsocialista paralelo a la SS. En segundo lugar porque tiene la
mandíbula demasiado cuadrada como para dedicarse a recolectar manzanilla o para pasar los fines de semana componiendo mandalas de arena. Y en tercer lugar porque una vez fue aclamado en
USA como el inmigrante más famoso del mundo,
y para mantener ese estatus en el tiempo se tienen que hacer cosas llamativas,
como triscarse a Sharon Stone en una
peli futurista o matar unos cuantos
reos, a ser posible también inmigrantes, pero de
origen hispano o afroamericano, en el mundo real.
Una de estas actuaciones
estelares le valió, sin embargo, el enfado de los austriacos. Resulta que en la
ciudad de Graz, donde este fornido muchacho mamó teta materna (y posteriormente
biberón de anabolizantes), construyeron en los 90 un estadio que, con el
objeto de honrar al más popular de sus emigrantes, recibió el bonito nombre de
“Estadio Schwarzenegger”.
La desgracia fue que unos años más tarde, en 2005, ya como governator de California, Arnie se empeñó en cargarse a Stanley Williams, un tipo que, aunque reconoció haber matado a cuatro personas en los 60s, había pasado los últimos años de su vida arrepentido, escribiendo manifiestos antiviolencia y literatura infantil.
La desgracia fue que unos años más tarde, en 2005, ya como governator de California, Arnie se empeñó en cargarse a Stanley Williams, un tipo que, aunque reconoció haber matado a cuatro personas en los 60s, había pasado los últimos años de su vida arrepentido, escribiendo manifiestos antiviolencia y literatura infantil.
Y eso era demasiado incluso para los austriacos.
Durante unos meses hubo
tensiones, mensajes cruzados. En Graz querían que Arnie tuviera clemencia con
Stanley Williams, y Arnie quería que en Graz tuvieran clemencia con su voluntad
de borrar a Stanley Williams del mapa. Y así
la tensión fue creciendo y creciendo, el malestar hacia el más famoso de los
austriacos vivos fue aumentando y aumentando, hasta que las dotes diplomáticas
de ambas partes llegaron a su límite, y entonces Arnie hizo lo que mejor sabía
hacer: matar la autorización para
que en Graz emplearan su nombre en el estadio, que desde entonces recibió el
apelativo de UPC-Arena.
Pero al margen de estos
capítulos biográficos, la historia de Arnie resulta muy evocativa para
comprender el fenómeno migratorio. En primer lugar porque narra el curioso periplo de
un jovenzuelo que obtuvo su visado a los EEUU gracias a que consiguió que su cuerpo se hinchase como una palomita tostada. En segundo lugar porque su historia nos cuenta que probablemente existe un proceso ideológico siniestro en muchas lógicas de la inmigración. Una transición identitaria por la que los inmigrados como Arnie terminan convirtiéndose en los principales detractores (y en este caso, hasta ejecutores) de los posteriores inmigrantes. Y en tercer lugar porque creó una
competición de culturismo llamada “Arnold Classic”, que podría ser la oportunidad
de aquellos que quieren emigrar pero no se bastan con su
inteligencia o su capacidad de trabajo para conseguirlo.
La Arnold Classic es (aviso a navegantes) una gran oportunidad de “emigrar a la
Schwarzenegger”, es decir, por la vía del clembuterol,
los aceites corporales y los concursos de Mr.
Universo.
Así que menos quejarse de la crisis y más adaptarse al signo de los tiempos: un poco de gimnasio...
¡y a viajar!
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