jueves, 15 de marzo de 2012

Capítulo 21. Aida "Experience"


Existe un mundo, exterior a los cuentos, en el que todo es de color rosa. Un mundo donde las paredes son rosas, las mesas son rosas, la piel de los niños es rosa, los pasteles son rosas, las servilletas son rosas, las bolsas de plástico no son finas y reciclables, sino rosas, y donde las camareras son rosas, como cerditas de mazapán, y sus calcetines son rosas y sus braguitas son, ciertamente, rosas.
        Es un lugar donde las conversaciones de los clientes, mozos y mozas de entre 75 y 110 años, son rosas, y sus pensamientos son rosas, y sus encías son rosas, y la piel de los animales a los que les han arrancado sus abrigos es ahora (¡uy! ¡como duele!) de color rosa, rosa, rosa, donde el amor se posa:

Aida Experience I: aproximación


Aida Experience II: Observación del género


Aida Experience III: Observación de la atmósfera



Aida Experience IV: Degustación del género


Aida Experience V: Observación de la fauna




Aida Experience VI: Evasión preventiva
(por detección de Joven Barbudo No Identificado)


Aida Experience VII. Deja volar tu imaginación




A los futuros visitantes: tomarse un café en Aida es, de verdad, IMPRESCINDIBLE.





6 comentarios:

  1. ¿Y qué se opina de Aida en Viena Directo, siempre más mesurado en sus juicios que El emigrante sofisticado?
    Por mi parte, me buscaré un pin rosa, o lo que sea, pero rosa total, porque no quiero desentonar cuando vaya a tomarme un delicioso pastel de esos en mi próxima visita a Viena.

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    Respuestas
    1. Viena Directo, te va por alusiones.

      Seguro que no has podido resistirte a la llamada de Aida...

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  2. Muy bien, Anónimo, "donde fueres haz lo que vieres", se dice desde antiguo. Y tú, Edgar, ¿por qué no te afeitas y dejar de asustar a las abuelitas?
    Tu madre
    Mariana Pineda

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  3. Por alusiones:
    Aida es cosa de viejis -todos sabemos que no es que sean precisamente cafés de la Neubaugasse- :-)
    Por otro lado, en Viena Directo puedo opinar bastante poco de Aida, mayormente porque he entrado creo que una vez (es que tampoco quiero morir de un ataque de hiperglucemia, y mi salud dental, tan precaria ya de por sí, me merece mucho respeto jajajaja).
    Las pastelerías de Aida vienen a ser al paisaje urbano austriaco lo que esas hamburgueserías llenas de cromados a las películas americanas de los cincuenta. A la gente que va -que, como dice Edgar muy bien, son generalmente personas maduras- les gusta esa estética que tiene sus referentes fundacionales en el milagro económico alemán y su correlato cinematográfico en las películas de Peter Alexander; con su obsesión por limarle los cantos a la vida, y su insistencia en el aquí no pasa nada que no se pueda arreglar con un bizcocho borracho.
    De todas maneras, nosotros, en España, también tenemos nuestro kitsch hostelero. Por ejemplo, las sandwicherías Rodilla -ese quiero quedar fino y no puedo gastronómico-, o esas croisanterías tan de señora de abriguillo naftalinado y tinte de pelo de color violeta, las Viena Capellanes, en donde la somnolencia y el meñique enhiesto tienen su acomodo.
    No creo, en cambio, Edgar, que las señoras se asustaran de tus barbas. Las viejis austriacas que yo conozco son, generalmente, unas señoras muy valientes, muy tallo de hierro. Mujeres que, a los ochenta, pedalada a pedalada, siguen yendo en bici, o que, ignorando las asechanzas de la osteoporosis, salen a la compra y a la peluquería con sus andadores (y, por supuesto, se toman su cafelete en Aida con sus amigas como las viejas españolas su chocolate con porras).
    Bueno, corto ya, que esto me está quedando en plan estudio sociológico.

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  4. Toda la razón te doy, preciado Viena Directo, y además tu comentario responde al de esa madre espontánea que me ha salido:

    No es Edgar el que asusta a la viejitas de Aida. Son las viejitas de Aida la que asustan a Edgar.

    Esto tiene, además, una explicación sociohistórica (aunque ciertamente literaria) que se expondrá en breve...

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  5. Muchas gracias, Viena Directo, por tus aclaraciones. Veo que Edgar tenía razón y que Aida es lo más cursi de lo cursi, pero los pastelillos... tienen tan buena pinta. Si no me hago con un pin rosa (no me atrevo a darle más amplitud al color y ponerme un lacito sería demasiado) y quiero degustar una de esas estupendas bombas para el hígado en Viena, ¿a que café acudiré?
    En cuanto al miedo que le dan a Edgar esas viejecillas que frecuentan Aida, mientras espero impaciente su explicación sociohistóricoantropológica, no me extraña que lo tenga, si además de bien alimentadas están musculosas por la bici y te pueden dar un buen mamporro.

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