Saul
Bellow hizo una visita a la
España de la posguerra. Una España tan estúpida que tenía todos sus recursos
económicos invertidos en militarizar la calle, en controlar a la población, en
reprimir cualquier conato de disidencia. Una España fascista que recibía a un
escritor norte americano con pleitesía, sin darse cuenta de que el señorito
Bellow era simpatizante de los partisanos. Él mismo describe, en uno de los
ensayos recogidos en Todo cuenta,
cómo recibe favores de fascistas que ni siquiera se plantean que él los pueda percibir como a burdos agentes de una dictadura primitiva. Saul Bellow sólo constata la
estupidez nacional de un determinado momento histórico. Pero desde una
perspectiva actual, más de uno podría sospechar que si seguimos sintiéndonos
ciertamente atrasados, por comparación a otros países europeos, es porque hemos
vivido durante más de 40 años en el orden social más estupidizante que se puede
imaginar.
No obstante, todo es relativizable.
Como alguien ha dicho en un comentario al capítulo anterior, “la estupidez es
patrimonio universal de la humanidad”. Entonces, quizá el truco está en saber
disimularla. Y dicen , en ese sentido, que los austriacos han sido muy hábiles,
al conseguir que muchos creamos que Einstein era austriaco, y que Hitler era
alemán. Chapó. Edgar se lo había creido.
Pero hay una explicación
antropológica para la estupidez mundial emergente.
El antropólogo Michael Herfeld lo llama la “estupidización” por rechazo de los
artesanos y los académicos[1].
Su hipótesis es que está emergiendo una esfera
cognitiva hegemónica en la que se rechaza cualquier tipo de complejidad, ya sea una complejidad
incorporada en los saberes artesanales o una complejidad expresada en razonamientos
intelectuales. Quienes dominan el mundo exhortan a la defensa de una estupidez
que rechace cualquier manifestación del pensamiento complejo. Sofisticados
filósofos afrancesados y pragmáticos tejedores de figuritas de mimbre son ahora
metidos en el mismo barco, y mandados a freir esparrágos, por decir o hacer
cosas que no pueden entenderse con las herramientas explicativas de un discurso
de Esperanza Aguirre, o con la complejidad sinóptica de un manual de
instrucciones de Ikea.
Teorías a parte, los tres primeros días de Edgar en Viena estuvieron copados por el montaje de un armario que habían diseñado unos carpinteros Croatas. Se suponía que se montaba en dos horas, pero Edgar tardó tres días. Había cincuenta tipos de tornillos y algunos se diferenciaban entre ellos en un par de milímetros de longitud. Si ponías uno mal, el efecto del caos hacía que todo el armario saliera al revés. El resultado fue un mamotreto cuyas puertas no cierran, sus cajones se salen y el espejo se cae.
Lo que Edgar aun no ha conseguido esclarecer es si él es estúpido o es que los carpinteros croatas son demasiado cracks.
¿Qué es lo que falla?
[1] HERFELD, Michael 2007. «Deskilling,
‘Dumbing down’ and the auditing of knowledge in the practical mastery of
artisans and academics: an ethnographer’s response to a global problem». En Ways of Knowing. New Approaches in the
Anthropology of Experience and Learning. pp. 91-110. Harris, Mark (ed.). New
York: Berghahn Books.
Hola Edgar! No puedes imaginarte lo consoladora que ha sido esta entrada para mí. De corazón te lo digo. Recuérdame que, de bloguero a bloguero,y de noble conspirador a noble conspirador, te debo una.
ResponderEliminar¡Epa, Paco!
ResponderEliminarNo te confíes, que igual mañana me pilla un día girado y te escribo otro que te deja tirao por los suelos... ;)