sábado, 18 de febrero de 2012

Capítulo 17. Lo bueno y lo malo de ser exótico


Lo bueno de ser exótico es que en las bibliotecas, las estudiantes de carreras humanísticas, te dedican una o dos sugerentes (¿o simplemente maternales?) caídas de ojos cuando ven que haces tus deberes del curso de alemán, con la ayuda de tu entrañablemente desgastado diccionario-traductor. Lo bueno de ser exótico es que tu exceso de vellosidad facial y supra-pectoral adquiere, en la cercanía de los transportes públicos en hora punta, el magnetismo de aquello que parece salvaje y, al mismo tiempo, suave, cálido, protector. Lo bueno de ser exótico es que cuando en una conversación entre jóvenes progresistas mencionas la crisis de tu país, y las “agitadas” movilizaciones sociales en las que participaste, te contemplan como a una especie de héroe migrante, como a un líder revolucionario que, allí donde fuere, se lía a ostias y, sobretodo, nalgazos, para combatir internacionalmente contra las porras policiales del capitalismo.

Pero qué ilusos.

Lo malo de ser exótico es que en las bibliotecas, las rubias, celestiales y reaccionarias estudiantes de económicas, te dedican una o dos miradas suspicaces, e incluso alguna que otra mueca de asco, cuando ven que abres tu mugriento diccionario traductor de una lengua primitiva, que ni siquiera tiene declinaciones. Lo malo de ser exótico es que tu nada aséptica vellosidad facial y supra-pectoral genera, entre las abuelitas fascistas que viajan en el tranvía, una repulsión poco disimulada, un aferrarse a sus bolsos de cadenas doradas, una mirada silenciosa pero elocuente, que te dice que eres percibido como un retal maloliente, como una versión animada y áspera de su abrigo de piel de zorro, de comadreja. Lo malo de ser exótico es que cuando le explicas a una ultra-normativa funcionaria del servicio de empleo austriaco que estás ahí porque en tu país hay una crisis insostenible, ella te responde con una lacerante voz nasal y una mirada azul y vacía: pues no te esperes que aquí vaya a ser tan fácil, y luego te niega el derecho a recibir los descuentos culturales que reciben los parados nativos. Respecto a las agitadas movilizaciones en las que participaste, mejor callarse, porque ya es evidente que ni siquiera le gusta tu pacífica y sumisa presencia, porque eres simplemente uno más de ésos que están llegando para ensuciar las estadísticas de empleo, para extender al primer mundo su étnica ineficiencia laboral, su pereza congénita. Lo malo de ser exótico, además, es que no puedes reconfortarte cagándote en sus muertos de manera metafórica, quizá con una alegoría sobre la justicia histórica, o sobre la ética de una responsabilidad cosmopolita, porque no dominas la lengua lo suficiente como para hacerlo de forma sutil, y seguro que esa víbora de la burocracia aún puede complicarte más la vida, si se siente ofendida. Lo malo de ser exótico es que da igual cuántos títulos tengas y cuántos idiomas hables y cuán amable y dispuesto te muestres. Lo malo de ser exótico es que a veces vale más la pena firmar y decir Ja, frau Mülher, ja, y luego, al levantarte de la silla, conformarse con que ella te perciba como quiera, como sus parámetros de interpretar lo exótico le permitan, mientras tu te limitas a aceptar y, antes de cerrar la puerta, le demuestras tu espíritu conciliador pergeñando una educada, prometedora sonrisa de despedida:






lo malo de ser exótico

1 comentario:

  1. Qué bueno es esto: "Lo malo de ser exótico, además, es que no puedes reconfortarte cagándote en sus muertos de manera metafórica, quizá con una alegoría sobre la justicia histórica, o sobre la ética de una responsabilidad cosmopolita". Evidentemente, esto lo hemos sentido todos muchas veces (a veces, lo seguimos sintiendo; y jode: jode mucho). Y es peor aún y más duro, cuando eres consciente de todos los matices que puedes dar en tu idioma. Pero son lentejas.
    En cuanto a esto: "da igual cuántos títulos tengas y cuántos idiomas hables y cuán amable y dispuesto te muestres" estoy totalmente en desacuerdo. No es verdad que dé igual.
    O, por lo menos, no es mi experiencia. La actitud es importantísima. Sobre todo al principio, cuando no dominas el idioma y un sesenta por ciento de tus posibilidades de comunicación se basan en la información no verbal. Cuanto más inexpresivos sean ellos, más tienes tú que sonreir. Y normalmente, funciona muy bien. Hoy, por ejemplo, he ido a comprar un pan y no sabía decirle a la señora el pan que quería (porque estaba escrito muy pequeño y no lo podía leer). Así que se lo he señalado como mejor he podido. La mujer me ha dado el pan inexpresiva pero en cuanto le he sonreido y le he explicado lo que pasaba (en alemán) su actitud ha cambiado completamente.
    En cuanto al AMS, yo, cuando me caliento, me apaciguo poniéndome en la posición de ellos. Y creo que es imprescindible hacerlo. Es más: yo he tenido (por desgracia) tratos con el INEM en España y me han tratado muchísimo peor que aquí (entre otras cosas porque el INEM, no sé ahora, pero entonces sí) funcionaba fatal. Imagínate una situación equivalente a la tuya (a la nuestra) en España ¿Cuántos funcionarios hablarían contigo en inglés?
    Por suerte, las ventajas de ser exótico superan a los inconvenientes (sobre todo después de un tiempo);-).
    Perdóname la parrafada pero el texto (sobre todo la segunda parte) me recuerda tanto a lo que yo pensaba cuando llegué, que no me he podido resisitr.
    Un saludo :-)

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