miércoles, 11 de enero de 2012

Capítulo 9. Crónica tardía de un vals en las alturas (1/1/12)



Edgar ha tardado más de diez días en procesar lo que ocurrió la noche de fin de año. Cuando despertó el 1 de enero, su rostro reposaba sobre una cortina de pelo castaño, más bien hirsuto, y ondulado como un campo de trigo removido por desordenados espirales de viento. Una rodilla carnosa se doblaba contra su vientre, buscando cobijo en el calor  de su cuerpo aún adormecido, al tiempo que la palma de su mano flácida empujaba con suavidad el lateral de un prominente pecho femenino, como si en su sueño recién abandonado hubiera estado jugando a baloncesto con una delicada burbuja de jabón.
            Astrid yacía boca arriba con su vestido negro de tachuelas brillantes arremangado hasta la mitad de sus atléticos muslos, sumida en un sueño profundo, silencioso, y en una posición volátil, como si se hubiera detenido en un salto de ballet torpemente realizado. Su ocupación relajada del espacio indicaba una total inconsciencia de la cercanía, del contacto de Edgar, quien observó todos los contornos de aquella mujer, aun muy joven y de parcas palabras, pero que colmaba todas sus expectativas sobre la feminidad: el Emigrante Sofisticado observó sus labios entreabiertos y un hombro desnudo en cuya piel aterciopelada se habían imprimido las líneas sinuosas de la vieja manta sobre la que se quedaron dormidos; observó el tercio bajo de ese espantoso (pero sexy) vestido de licra semitransparente y bisuterías colgantes que se arrugaba a la altura de unas caderas excesivas, pero que infundían en Edgar un sentido de viril plenitud; observó con excitada atención la rodilla que se apretaba contra su vientre, y el interior de un muslo pálido, redondeado y acogedor, que se perdía en la sombra limítrofe de una ingle apenas oculta bajo la tela negra;  y observó los pies pequeños de Astrid, con sus uñas pintadas de un tono carmín y cuidadas como si pertenecieran a los dedos de una princesa, pero que a buen seguro habrían soportado, no hacía muchos años, la humedad del interior de unas botas de agua que se calzaba en el Tirol, cada mañana, para limpiar con una pala los excrementos bovinos de la cuadra adyacente al caserío de su familia.
Porque no fue hasta pocos años atrás, inaugurando sus años universitarios en Viena, cuando Astrid descubriría cosas como la leche en tetrabrik, el esmalte de uñas o el útil concepto de “condones de colores”; objetos e ideas que la transportarían culturalmente hasta ese mediodía resacoso del 1 de enero de 2012, el cual Edgar aprovechaba para observar con una cierta avidez sexual aquellas partes de un cuerpo ajeno que, en su dormir insondable, había tolerado su cercanía y su contacto. El Emigrante Sofisticado se detuvo en cada centímetro de esos contornos tan ajenos a su presencia, tan inconscientemente voluptuosos. Y así fue bajando y bajando, recorriendo con su analítica mirada el cuerpo de Astrid y liberando su solitaria imaginación al placer moderado de la lujuria mentalmente representada, anhelada, hasta que de repente, sobre uno de sus tobillos, también  observó, y sintió, las caricias de un pie áspero y enorme, cuyos metatarsos velludos se deslizaban arriba y abajo con un movimiento regular que parecía conectado a un aliento rítmico, cálido y envolvente que ahora se deshacía sobre su nuca, a la cual se encontraba pegada la vigorosa y simiesca boca de Ernst!, que respiraba tranquila e imponentemente dentuda, como una trituradora de madera recién apagada.


La cronología de los hechos que, desde la tarde del 31 hasta la madrugada del 1, precedieron a esa situación, podría sintetizarse así:
           
2,30h (pm) Edgar y Emma llegan a casa de Luc, un francés (Erasmus “senior” y amigo de Emma), que les recibe en un piso compartido (techos altos, moqueta granate, luces amarillas y muebles crujientes, robustos y de ese marrón oscuro de los 50) con una bandeja de quesos franco-austriacos y tres botellas de vino descorchadas.

4 (pm) Llegan algunas personas más a la casa, y se descorchan otras tres botellas de vino. Y se las beben.

7,30 (pm) Llegan Astrid y Ernst! La cena esta lista: más quesos, ensaladas de atún, aguacate, pan, y una especie de pseudo-chorizo húngaro que Edgar considera a)blasfemo (si lo compara con el sagrado sus scorfa domestica que deglute bellotas en los prados ibéricos), o b) una mera escusa para descorchar otras tres botellas de vino.


sus scorfa domestica en un prado ibérico


10 (pm) Astrid ha causado furor con su vestido transparente de tachuelas. La mayoría de los invitados son bohemios en ciernes (es decir, futuros drogadictos, filósofos y artistas frustrados que presumen de ver el mundo de “manera diferente”) y la figura de la campesina con su único y extremado vestido de noche les remueve un recuerdo erótico-bucólico que, apenas 20 o 25 años atrás, se desprendía de los cuentos sin moraleja que les explicaban sus abuelitas burguesas.

11’15 (pm) Edgar ha perdido la cuenta, pero calcula que se han bebido al menos seis botellas de vino más, y ahora empiezan a circular Gin Tonics (con poco de “tonic”).
Ernst!, curiosamente, no parece molesto por el hecho de que uno de los invitados, (delgado, gafapasta y con el pelo aplastado por un sombrero que ahora lleva en la mano) se deshaga en atenciones con Emma. Ernst! de hecho, colabora voluntariosamente con el Emigrante Sofisticado en la preparación de bolsitas de plástico con doce uvas para cada invitado. La perspectiva de despedir el año con el ritual hispánico de las uvas les entusiasma y, al parecer, produce muchísima gracia a Astrid, que observa a Edgar y a su hermano manipulando las uvas y haciendo lacitos para cerrar las bolsitas transparentes.

11’45 (pm) Edgar abre la Web de TVE1 en el portátil de Luc. Las campanadas serán narradas por una Anne Igartubru forrada con una tela roja y un José Mota (ex “cruz y raya”) que Edgar no sabe porqué, pero le produce una profunda vergüenza ajena. A los demás no parece importarles.

11’55 (pm) El alcohol hace mella. Los cuerpos, orientados hacía el mac, se tambalean sin entender las palabras de Anne, sin entender a toda esa gente tan lejos, en la plaza del Sol, pero con una comprensión embriagada de que tienen que ingerir doce uvas en los últimos treinta segundos del año. En casa de Luc todos ríen y gritan y tratan de mantener su mirada etílica en la pantalla.

11h 59min 30seg (pm) El Emigrante Sofisticado pide silencio. No todos le hacen caso, pero la mayoría sostiene la primera uva entre los dedos. Astrid observa a Edgar totalmente inmóvil, también con una uva en la mano, los ojos vidriosos y media sonrisa, abstraída de su agitado entorno y de las miradas lascivas que algunos proto-bohemios continúan repartiendo por todos los ángulos de su cuerpo.

0h 0min 2seg (am) Un voz masculina, que no es la de Edgar, grita ¡Olé! Y todos se funden en abrazos mientras terminan de masticar los restos de las uvas.

0h 2min (am) Ernst! ha sintonizado un vals en una minicadena y suena a todo volumen. Los más avezados empiezan a oscilar por la sala en parejas como partículas describiendo órbitas acompasadas. Edgar está muy borracho y el vals le reporta la extraña sensación de encontrarse en una atmosfera creada por Walt Disney.

0h 5min (am) Astrid alterna la contemplación de los que se han atrevido a recibir el año bailando y las miradas furtivas (y quizá interrogativas) hacia Edgar. Astrid cruza los brazos con un gesto tímido por debajo de sus pechos y balancea una rodilla hacia el interior. El alcohol ha encendido los colores de sus mejillas. Está muy apetecible. Edgar decide que va a sacarla a bailar. Es el momento.

0h 6min (am) A mitad de la sala, en dirección hacia Astrid, Edgar es interceptado por Ernst!, que lo agarra de los hombros, se lo pega contra su rocoso cuerpo y empieza a voltearlo. Le dice algo así como que “déjate llevar, no seas tan hombre”, y el Emigrante Sofisticado no se siente con fuerzas para liberase de esa máquina brutal que lo aferra mientras se desplaza en elipsis y rotaciones por la sala. De repente Edgar se da cuenta de que no está tocando el suelo. Sus pies penden a por lo menos dos palmos de altura y sus ojos alcanzan a ver justo por encima del hombro de Ernst!, detrás del cual, allá abajo, pegada al chico del sobrero, se encuentra Emma, que con la euforia del descubridor en la mirada, y antes de que el Edgar pierda el sentido de la realidad, le dice :“Edgar, ¡estás volando!”


Y en los siguientes diez días no le ha abandonado ese sentimiento de incomprensión y flotabilidad.



No hay comentarios:

Publicar un comentario